final- contextos

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la personificación

Cuando se le dan características y sentimientos humanos a un animal o a un objeto.

la aliteración

Es la repetición de sonidos similares en un grupo de palabras.

la metáfora

Es una comparación que no usa "como"

Asíndeton

Omisión de conjunciones o palabras para suscitar viveza o energía. solo commas

el símil

como y cual- comparación

la metonimia

consiste en dar a un objeto el nombre de otro por una relación de causa u origen "compró un Picasso"

la onomatopeya

consiste en imitar sonidos reales por medio del ritmo de las palabras

el hipérbaton

consiste en invertir el orden acostumbrado de las palabras en la oración

Así como tengo aquel sobrino de quien he hablado en mi artículo de empeños y desempeños, tenía otro no hace mucho tiempo, que en esto suele venir a parar el tener hermanos. Éste era hijo de una mi hermana, la cual había recibido aquella educación que se daba en España no hace ningún siglo: es decir, que en casa se rezaba diariamente el rosario, se leía la vida del santo, se oía misa todos los días, se trabajaba los de labor, se paseaba las tardes de los de guardar, se velaba hasta las diez, se estrenaba vestido el domingo de Ramos, y andaba siempre señor padre, que entonces no se llamaba «papá», con la mano más besada que reliquia vieja, y registrando los rincones de la casa, temeroso de que las muchachas, ayudadas de su cuyo, hubiesen a las manos algún libro de los prohibidos, ni -pág. 11- menos aquellas novelas que, como solía decir, a pretexto de inclinar a la virtud, enseñan desnudo el vicio. No diremos que esta educación fuese mejor ni peor que la del día, sólo sabemos que vinieron los franceses, y como aquella buena o mala educación no estribaba en mi hermana en principios ciertos, sino en la rutina y en la opresión doméstica de aquellos terribles padres del siglo pasado, no fue necesaria mucha comunicación con algunos oficiales de la guardia imperial para echar de ver que si aquel modo de vivir era sencillo y arreglado, no era sin embargo el más divertido. ¿Qué motivo habrá, efectivamente, que nos persuada que debemos en esta corta vida pasarlo mal, pudiendo pasarlo mejor? Aficionose mi hermana de las costumbres francesas, y ya no fue el pan pan, ni el vino vino: casose, y siguiendo en la famosa jornada de Vitoria la suerte del tuerto Pepe Botellas, que tenía dos ojos muy hermosos y nunca bebía vino, emigró a Francia. Excusado es decir que adoptó mi -pág. 12- hermana las ideas del siglo; pero como esta segunda educación tenía tan malos cimientos como la primera, y como quiera que esta débil humanidad nunca supo detenerse en el justo medio, pasó del Año Cristiano a Pigault Lebrun, y se dejó de misas y devociones, sin saber más ahora por qué las dejaba que antes por qué las tenía. Dijo que el muchacho se había de educar como convenía; que podría leer sin orden ni método cuanto libro le viniese a las manos, y qué sé yo qué más cosas decía de la ignorancia y del fanatismo, de las luces y de la ilustración, añadiendo que la religión era un convenio social en que sólo los tontos entraban de buena fe, y del cual el muchacho no necesitaba para mantenerse bueno; que «padre» y «madre» eran cosa de brutos, y que a «papá» y «mamá» se les debía tratar de tú, porque no hay amistad que iguale a la que une a los padres con los hijos (salvo algunos secretos que guardarán siempre los segundos de los primeros, y algunos soplamocos -pág. 13- que darán siempre los primeros a los segundos): verdades todas que respeto tanto o más que las del siglo pasado, porque cada siglo tiene sus verdades, como cada hombre tiene su cara. No es necesario decir que el muchacho, que se llamaba Augusto, porque ya han caducado los nombres de nuestro calendario, salió despreocupado, puesto que la despreocupación es la primera preocupación de este siglo. Leyó, hacinó, confundió; fue superficial, vano, presumido, orgulloso, terco, y no dejó de tomarse más rienda de la que se le había dado. Murió, no sé a qué propósito, mi cuñado, y Augusto regresó a España con mi hermana, toda aturdida de ver lo brutos que estamos por acá todavía los que no hemos tenido como ella la dicha de emigrar; y trayéndonos entre otras cosas noticias ciertas de cómo no había Dios, porque eso se sabe en Francia de muy buena tinta. Por supuesto que no tenía el muchacho quince años y ya -pág. 14- galleaba en las sociedades, y citaba, y se metía en cuestiones, y era hablador y raciocinador como todo muchacho bien educado; y fue el caso que oía hablar todos los días de aventuras escandalosas, y de los amores de Fulanito con la Menganita, y le pareció en resumidas cuentas cosa precisa para hombrear enamorarse. Por su desgracia acertó a gustar a una joven, personita muy bien educada también, la cual es verdad que no sabía gobernar una casa, pero se embaulaba en el cuerpo en sus ratos perdidos, que eran para ella todos los días, una novela sentimental, con la más desatinada afición que en el mundo jamás se ha visto; tocaba su poco de piano y cantaba su poco de aria de vez en cuando, porque tenía una bonita voz de contralto. Hubo guiños y apretones desesperados de pies y manos, y varias epístolas recíprocamente copiadas de la Nueva Eloísa; y no hay más que decir sino que a los cuatro días se veían los dos inocentes por la ventanilla de la puerta y escurrían su -pág. 15- correspondencia por las rendijas, sobornaban con el mejor fin del mundo a los criados, y por último, un su amigo, que debía de quererle muy mal, presentó al señorito en la casa. Para colmo de desgracia, él y ella, que habían dado principio a sus amores porque no se dijese que vivían sin su trapillo, se llegaron a imaginar primero, y a creer después a pies juntillas, como se suele muy mal decir, que estaban verdadera y terriblemente enamorados. ¡Fatal credulidad! Los parientes, que previeron en qué podía venir a parar aquella inocente afición ya conocida, pusieron de su parte todos los esfuerzos para cortar el mal, pero ya era tarde. Mi hermana, en medio de su despreocupación y de sus luces, nunca había podido desprenderse del todo de cierta afición a sus ejecutorias y blasones, porque hay que advertir dos cosas: Primera, que hay despreocupados por este estilo; y segunda, que somos nobles, lo que equivale a decir que desde la más remota antigüedad nuestros abuelos no -pág. 16- han trabajado para comer. Conservaba mi hermana este apego a la nobleza, aunque no conservaba bienes; y esta es una de las razones porque estaba mi sobrinito destinado a morirse de hambre si no se le hacía meter la cabeza en alguna parte, porque eso de que hubiera aprendido un oficio, ¡oh!, ¿qué hubieran dicho los parientes y la nación entera? Averiguose, pues, que no tenía la niña un origen tan preclaro, ni más dote que su instrucción novelesca y sus duettos, fincas que no bastan para sostener el boato de unas personas de su clase. Averiguó también la parte contraria que el niño no tenía empleo, y dándosele un bledo de su nobleza, hubo aquello de decirle: -Caballerito, ¿con qué objeto entra usted en mi casa? -Quiero a Elenita -respondió mi sobrino. -¿Y con qué fin, caballerito? -Para casarme con ella. -Pero no tiene usted empleo ni carrera... -Eso es cuenta mía. -Sus padres de usted no consentirán... -Sí, señor; usted no conoce a mis papás. -Perfectamente; -pág. 17- mi hija será de usted en cuanto me traiga una prueba de que puede mantenerla, y el permiso de sus padres; pero en el ínterin, si usted la quiere tanto, excuse por su mismo decoro sus visitas... -Entiendo. -Me alegro, caballerito. Y quedó nuestro Orlando hecho una estatua, pero bien decidido a romper por todos los inconvenientes. Bien quisiéramos que nuestra pluma, mejor cortada, se atreviese a trasladar al papel la escena de la niña con la mamá; pero diremos, en suma, que hubo prohibición de salir y de asomarse al balcón, y de corresponder al mancebo; a todo lo cual la malva respondió con cuatro desvergüenzas acerca del libre albedrío y de la libertad de la hija para escoger marido, y no fueron bastantes a disuadirle las reflexiones acerca de la ninguna fortuna de su elegido: todo era para ella tiranía y envidia que los papás tenían de sus amores y de su felicidad; concluyendo que en los matrimonios era lo primero el amor, y que en cuanto a comer, ni -pág. 18- eso hacía falta a los enamorados, porque en ninguna novela se dice que coman las Amandas y los Mortimers, ni nunca les habían de faltar unas sopas de ajo. Poco más o menos fue la escena de Augusto con mi hermana, porque aunque no sea legítima consecuencia, también concluía que los Padres no deben tiranizar a los hijos, que los hijos no deben obedecer a los padres: insistía en que era independiente; que en cuanto a haberle criado y educado, nada le debía, pues lo había hecho por una obligación imprescindible; y a lo del ser que le había dado, menos, pues no se lo había dado por él, sino por las razones que dice nuestro Cadalso, entre otras lindezas sutilísimas de este jaez. Pero insistieron también los padres, y después de haber intentado infructuosamente varios medios de seducción y rapto, no dudó nuestro paladín, vista la obstinación de las familias, en recurrir al medio en boga de sacar -pág. 19- a la niña por el vicario. Púsose el plan en ejecución, y a los quince días mi sobrino había reñido ya decididamente con su madre; había sido arrojado de su casa, privado de sus cortos alimentos, y Elena depositada en poder de una potencia neutral; pero se entiende, de esta especie de neutralidad que se usa en el día; de suerte que nuestra Angélica y Medoro se veían más cada día, y se amaban más cada noche. Por fin amaneció el día feliz; otorgose la demanda; un amigo prestó a mi sobrino algún dinero, uniéronse con el lazo conyugal, estableciéronse en su casa, y nunca hubo felicidad igual a la que aquellos buenos hijos disfrutaron mientras duraron los pesos duros del amigo. Pero ¡oh, dolor!, pasó un mes y la niña no sabía más que acariciar a -pág. 20- Medoro, cantarle una aria, ir al teatro y bailar una mazurca; y Medoro no sabía más que disputar. Ello sin embargo, el amor no alimenta, y era indispensable buscar recursos. Mi sobrino salía de mañana a buscar dinero, cosa más difícil de encontrar de lo que parece, y la vergüenza de no poder llevar a su casa con qué dar de comer a su mujer, le detenía hasta la noche. Pasemos un velo sobre las escenas horribles de tan amarga posición. Mientras que Augusto pasa el día lejos de ella en sufrir humillaciones, la infeliz consorte gime luchando entre los celos y la rabia. Todavía se quieren; pero en casa donde no hay harina todo es mohína; las más inocentes expresiones se interpretan en la lengua del mal humor como ofensas mortales; el amor propio ofendido es el más seguro antídoto del amor, y las injurias acaban de apagar un resto de la antigua llama que amortiguada en ambos corazones ardía; se suceden unos a otros los reproches; y el infeliz Augusto insulta a la mujer -pág. 21- que le ha sacrificado su familia y su suerte, echándole en cara aquella desobediencia a la cual no ha mucho tiempo él mismo la inducía; a los continuos reproches se sigue, en fin, el odio. ¡Oh, si hubiera quedado aquí el mal! Pero un resto de honor mal entendido que bulle en el pecho de mi sobrino, y que le impide prestarse para sustentar a su familia a ocupaciones groseras, no le impide precipitarse en el juego, y en todos los vicios y bajezas, en todos los peligros que son su consecuencia. Corramos de nuevo, corramos un velo sobre el cuadro a que dio la locura la primera pincelada, y apresurémonos a dar nosotros la última. En este miserable estado pasan tres años, y ya tres hijos más rollizos que sus padres alborotan la casa con sus juegos infantiles. Ya el himeneo y las privaciones han roto la venda que ofuscaba la vista de los infelices: aquella amabilidad de Elena es coquetería a los ojos de su esposo; su noble orgullo, insufrible altanería; su garrulidad divertida -pág. 22- y graciosa, locuacidad insolente y cáustica; sus ojos brillantes se han marchitado, sus encantos están ajados, su talle perdió sus esbeltas formas, y ahora conoce que sus pies son grandes y sus manos feas; ninguna amabilidad, pues, para ella, ninguna consideración. Augusto no es a los ojos de su esposa aquel hombre amable y seductor, flexible y condescendiente; es un holgazán, un hombre sin ninguna habilidad, sin talento alguno, celoso y soberbio, déspota y no marido... en fin, ¡cuánto más vale el amigo generoso de su esposo, que les presta dinero y les promete aun protección! ¡Qué movimiento en él! ¡Qué actividad! ¡Qué heroísmo! ¡Qué amabilidad! ¡Qué adivinar los pensamientos y prevenir los deseos! ¡Qué no permitir que ella trabaje en labores groseras! ¡Qué asiduidad y qué delicadeza en acompañarla los días enteros que Augusto la deja sola! ¡Qué interés, en fin, el que se toma cuando le descubre, por su bien, que su marido se distrae con otra...! -pág. 23- ¡Oh poder de la calumnia y de la miseria! Aquella mujer que, si hubiera escogido un compañero que la hubiera podido sostener, hubiera sido acaso una Lucrecia, sucumbe por fin a la seducción y a la falaz esperanza de mejor suerte. Una noche vuelve mi sobrino a su casa; sus hijos están solos. -¿Y mi mujer? ¿Y sus ropas? Corre a casa de su amigo. ¿No está en Madrid? ¡Cielos! ¡Qué rayo de luz! ¿Será posible? Vuela a la policía, se informa. Una joven de tales y tales señas con un supuesto hermano han salido en la diligencia para Cádiz. Reúne mi sobrino sus pocos muebles, los vende, toma un asiento en el primer carruaje y hétele persiguiendo a los fugitivos. Pero le llevan mucha ventaja y no es posible alcanzarlos hasta el mismo Cádiz. Llega: son las diez de la noche, corre a la fonda que le indican, pregunta, sube precipitadamente la escalera, le señalan un cuarto cerrado por dentro; llama; la voz que le responde -pág. 24- le es harto conocida y resuena en su corazón; redobla los golpes; una persona desnuda levanta el pestillo. Augusto ya no es un hombre, es un rayo que cae en la habitación; un chillido agudo le convence de que le han conocido; asesta una pistola, de dos que trae, al seno de su amigo, y el seductor cae revolcándose en su sangre; persigue a su miserable esposa, pero una ventana inmediata se abre y la adúltera, poseída del terror y de la culpa, se arroja, sin reflexionar, de una altura de más de sesenta varas. El grito de la agonía le anuncia su última desgracia y la venganza más completa; sale precipitado del teatro del crimen, y encerrándose, antes de que le sorprendan, en su habitación, coge aceleradamente la pluma y apenas tiene tiempo para dictar a su madre la carta siguiente: Madre mía: Dentro de media hora no existiré; cuidad de mis hijos, y si queréis hacerlos verdaderamente despreocupados, empezad por instruirlos... Que aprendan en el ejemplo de su padre -pág. 25- a respetar lo que es peligroso despreciar sin tener antes más sabiduría. Si no les podéis dar otra cosa mejor, no les quitéis una religión consoladora. Que aprendan a domar sus pasiones y a respetar a aquellos a quienes lo deben todo. Perdonadme mis faltas: harto castigado estoy con mi deshonra y mi crimen; harto cara pago mi falsa preocupación. Perdonadme las lágrimas que os hago derramar. Adiós para siempre. Acabada esta carta, se oyó otra detonación que resonó en toda la fonda, y la catástrofe que le sucedió me privó para siempre de un sobrino, que, con el más bello corazón, se ha hecho desgraciado a sí y a cuantos le rodean. No hace dos horas que mi desgraciada hermana, después de haber leído aquella carta, y llamándome para mostrármela, postrada en su lecho, y entregada al más funesto delirio, ha sido desahuciada por los médicos. «Hijo... despreocupación... boda... religión... -pág. 26- infeliz...», son las palabras que vagan errantes sobre sus labios moribundos. Y esta funesta impresión, que domina en mis sentidos tristemente, me ha impedido dar hoy a mis lectores otros artículos más joviales que para mejor ocasión les tengo reservados.

el casarse pronto y mal por mariano josé de larra

-el coronel -don sabas -su mujer -el abogado -el doctor la cura

el coronel no tiene quien le escriba por gabriel garcía marquez

La playa. Al fondo, una carpa. Prente a ella, sentadas a su sombra, LA SEÑORA y LA EMPLEADA. LA SEÑORA está en traje de baño y, sobre él, usa un blusón de toalla blanca que le cubre hasta las caderas. Su tez está tostada por un largo veraneo. LA EMPLEADA viste su uniforme blanco. LA SEÑORA es una mujer de treinta años, pelo claro, rostro atrayente aunque algo duro. LA EMPLEADA tiene veinte años, tez blanca, pelo negro, rostro plácido y agradable. LA SEÑORA: (Gritando hacia su pequeño hijo, a quien no ve y que se supone está a la orilla del mar, justamente, al borde del escenario.) ¡Alvarito! ¡Alvarito! ¡No le tire arena a la niñita! ¡Métase al agua! Está rica ... ¡Alvarito, no! ¡No le deshaga el castillo a la niñita! Juegue con ella ... Sí, mi hijito ... juegue. LA EMPLEADA: Es tan peleador ... LA SEÑORA: Salió al padre ... Es inútil corregirlo. Tiene una personalidad dominante que le viene de su padre, de su abuelo, de su abuela ... ¡sobre todo de su abuela! LA EMPLEADA: ¿Vendrá el caballero mañana? LA SEÑORA: (Se encoge de hombros con desgano) ¡No sé! Ya estamos en marzo, todas mis amigas han regresado y Álvaro me tiene todavía aburriéndome en la playa. Él dice que quiere que el niño aproveche las vacaciones, pero para mí que es él quien está aprovechando. (Se saca el blusón y se tiende a tomar sol) ¡Sol! ¡Sol! Tres meses tomando sol. Estoy intoxicada de sol. (Mirando inspectivamente a LA EMPLEADA.) ¿Qué haces tú para no quemarte? LA EMPLEADA: He salido tan poco de la casa... LA SEÑORA: ¿Y qué querías? Viniste a trabajar, no a veranear. Estás recibiendo sueldo, ¿no? LA EMPLEADA: Sí, señora. Yo sólo contestaba su pregunta... LA SEÑORA permanece tendida recibiendo el Sol. LA EMPLEADA saca de una bolsa De género una revista de historietas fotografiadas y principia a leer. LA SEÑORA: ¿Qué haces? LA EMPLEADA: Leo esta revista. LA SEÑORA: ¿La compraste tú? LA EMPLEADA: Sí, señora. LA SEÑORA: No se te paga tan mal, entonces, si puedes comprarte tus revistas, ¿eh? LA EMPLEADA no contesta y vuelve a mirar la revista. LA SEÑORA: ¡Claro! Tú leyendo y que Alvarito reviente, que se ahogue... LA EMPLEADA: Pero si está jugando con la niñita ... LA SEÑORA: Si te traje a la playa es para que vigilaras a Alvarito y no para que te pusieras a leer. LA EMPLEADA deja la revista y se incorpora para ir donde está Alvarito. LA SEÑORA: ¡No! Lo puedes vigilar desde aquí. Quédate a mi lado, pero observa al niño. ¿Sabes? Me gusta venir contigo a la playa. LA EMPLEADA: ¿Por qué? LA SEÑORA: Bueno... no sé... Será por lo mismo que me gusta venir en el auto, aunque la casa esté a dos cuadras. Me gusta que vean el auto. Todos los días, hay alguien que se para al lado de él y lo mira y comenta. No cualquiera tiene un auto como el de nosotros... Claro, tú no te das cuenta de la diferencia. Estás demasiado acostumbrada a lo bueno... Dime... ¿Cómo es tu casa? LA EMPLEADA: Yo no tengo casa. LA SEÑORA: No habrás nacido empleada, supongo. Tienes que haberte criado en alguna parte, debes haber tenido padres... ¿Eres del campo? LA EMPLEADA: Sí. LA SEÑORA: Y tuviste ganas de conocer la ciudad, ¿ah? LA EMPLEADA: No. Me gustaba allá. LA SEÑORA: ¿Por qué te viniste, entonces? LA EMPLEADA: Tenía que trabajar. LA SEÑORA: No me vengas con ese cuento. Conozco la vida de los inquilinos en el campo. Lo pasan bien. Les regalan una cuadra para que cultiven. Tienen alimentos gratis y hasta les sobra para vender. Algunos tienen hasta sus vaquitas... ¿Tus padres tenían vacas? LA EMPLEADA: Sí, señora. Una. LA SEÑORA: ¿Ves? ¿Qué más quieren? ¡Alvarito! ¡No se meta tan allá que puede venir una ola! ¿Qué edad tienes? LA EMPLEADA: ¿Yo? LA SEÑORA: A ti te estoy hablando. No estoy loca para hablar sola. LA EMPLEADA: Ando en los veintiuno... LA SEÑORA: ¡Veintiuno! A los veintiuno yo me casé. ¿No has pensado en casarte? LA EMPLEADA baja la vista y no contesta. LA SEÑORA: ¡Las cosas que se me ocurre preguntar! ¿Para qué querrías casarte? En la casa tienes de todo: comida, una buena pieza, delantales limpios... Y si te casaras... ¿Qué es lo que tendrías? Te llenarías de chiquillos, no más. LA EMPLEADA: (Como para sí.) Me gustaría casarme... LA SEÑORA: ¡Tonterías! Cosas que se te ocurren por leer historia de amor en las revistas baratas... Acuérdate de esto: Los príncipes azules ya no existen. No es el color l que importa, sino el bolsillo. Cuando mis padres no me aceptaban un pololo porque no tenían plata . yo me indignaba, pero llegó Alvaro con sus industrias y sus fundos y no quedaron contentos hasta que lo casaron conmigo. A mí no me gustaba porque era gordo y tenía la costumbre de sorberse los mocos, pero después en el matrimonio, uno se acostumbra a todo. Y llega a la conclusión que todo da lo mismo, salvo la plata. Sin la plata no somos nada. Yo tengo plata, tú no tienes. Ésa es toda la diferencia entre nosotras. ¿No te parece? LA EMPLEADA: Si, pero - - - LA SEÑORA: ¡Ah! Lo crees ¿eh? Pero es mentira. Hay algo que es más importante que la plata: la clase. Eso no se compra. Se tiene o no se tiene. Alvaro no tiene clase. Yo sí la tengo. Y podría vivir en una pocilga y todos se darían cuenta de que soy alguien. No una cualquiera. Alguien. Te das cuenta ¿verdad? LA EMPLEADA: Sí, señora. LA SEÑORA: A ver... Pásame esa revista. (LA EMPLEADA lo hace. LA SEÑORA la hojea. Mira algo y lanza una carcajada.) ¿Y esto lees tú? LA EMPLEADA: Me entretengo, señora. LA SEÑORA: ¡Qué ridículo! ¡Qué ridículo! Mira a este roto vestido de smoking. Cualquiera se da cuenta que está tan incómodo en él como un hipopótamo con faja... (Vuelve a mirar en la revista.) ¡Y es el conde de Lamarquina! ¡El conde de Lamarquina! A ver... ¿Qué es lo que dice el conde? (Leyendo.) "Hija mía, no permitiré jamás que te cases con Roberto. Él es un plebeyo. Recuerda que por nuestras venas corre sangre azul." ¿Y ésta es la hija del conde? LA EMPLEADA: Sí. Se llama María. Es una niña sencilla y buena. Está enamorada de Roberto, que es el jardinero del castillo. El conde no lo permite. Pero... ¿sabe? Yo creo que todo va a terminar bien. Porque en el número anterior Roberto le dijo a María que no había conocido a sus padres y cuando no se conoce a los padres, es seguro que ellos son gente rica y aristócrata que perdieron al niño de chico o lo secuestraron... LA SEÑORA: ¡Y tú crees todo eso? LA EMPLEADA: Es bonito, señora. LA SEÑORA: ¿Qué es tan bonito? LA EMPLEADA: Que lleguen a pasar cosas así. Que un día cualquiera, uno sepa que es otra persona, que en vez de ser pobre, se es rica; que en vez de ser nadie se es alguien, así como dice Ud... LA SEÑORA: Pero no te das cuenta que no puede ser... Mira a la hija... ¿Me has visto a mi alguna vez usando unos aros así? ¿Has visto a alguna de mis amigas con una cosa tan espantosa? ¿Y el peinado? Es detestable. ¿No te das cuenta que una mujer así no puede ser aristócrata?... ¿A ver? Sale fotografiado aquí el jardinero... LA EMPLEADA: Sí. En los cuadros del final. (Le muestra en la revista. LA SEÑORA ríe encantada.) LA SEÑORA: ¿Y éste crees tú que puede ser un hijo de aristócrata? ¿Con esa nariz? ¿Con ese pelo? Mira... Imagínate que mañana me rapten a Alvarito. ¿Crees tú que va a dejar por eso de tener su aire de distinción? LA EMPLEADA: ¡Mire, señora! Alvarito le botó el castillo de arena a la niñita de una patada. LA SEÑORA: ¿Ves? Tiene cuatro años y ya sabe lo que es mandar, lo que es no importarle los demás. Eso no se aprende. Viene en la sangre. LA EMPLEADA: (Incorporándose.) Voy a ir a buscarlo. LA SEÑORA: Déjalo. Se está divirtiendo. LA EMPLEADA se desabrocha el primer botón de su delantal y hace un gesto en el que muestra estar acalorada. LA SEÑORA: ¿Tienes calor? LA EMPLEADA: El sol está picando fuerte. LA SEÑORA: ¿No tienes traje de baño? LA EMPLEADA: No. LA SEÑORA: ¿No te has puesto nunca traje de baño? LA EMPLEADA: ¡Ah, sí! LA SEÑORA: ¿Cuándo? LA EMPLEADA: Antes de emplearme. A veces, los domingos, hacíamos excursiones a la playa en el camión del tío de una amiga. LA SEÑORA: ¿Y se bañaban? LA EMPLEADA: En la playa grande de Cartagena. Arrendábamos trajes de baño y pasábamos todo el día en la playa. Llevábamos de comer y... LA SEÑORA: (Divertida.) ¿Arrendaban trajes de baño? LA EMPLEADA: Si. Hay una señora que arrienda en la misma playa. LA SEÑORA: Una vez con Alvaro, nos detuvimos en Cartagena a echar bencina al auto y miramos a la playa. ¡Era tan gracioso! ¡Y esos trajes de baño arrendados! Unos eran tan grandes que hacían bolsas por todos los lados y otros quedaban tan chicos que las mujeres andaban con el traste afuera. ¿De cuáles arrendabas tú? ¿De los grandes o de los chicos? La EMPLEADA mira al suelo taimada. LA SEÑORA: Debe ser curioso... Mirar el mundo desde un traje de baño arrendado o envuelta en un vestido barato... o con uniforme de empleada como el que usas tú... Algo parecido le debe suceder a esta gente que se fotografía para estas historietas: se ponen smoking o un traje de baile y debe ser diferente la forma como miran a los demás, como se sienten ellos mismos... Cuando yo me puse mi primer par de medias, el mundo entero cambió para mí. Los demás eran diferentes; yo era diferente y el único cambio efectivo era que tenía puesto un par de medias... Dime... ¿Cómo se ve el mundo cuando se está vestida con un delantal blanco? LA EMPLEADA: (Tímidamente.) Igual... La arena tiene el mismo color... las nubes son iguales... Supongo. LA SEÑORA: Pero no... Es diferente. Mira. Yo con este traje de baño, con este blusón de toalla, tendida sobre la arena, sé que estoy en "mi lugar," que esto me pertenece... En cambio tú, vestida como empleada sabes que la playa no es tu lugar, que eres diferente... Y eso, eso te debe hacer ver todo distinto. LA EMPLEADA: No sé. LA SEÑORA: Mira. Se me ha ocurrido algo. Préstame tu delantal. LA EMPLEADA: ¿Cómo? LA SEÑORA: Préstame tu delantal. LA EMPLEADA: Pero... ¿Para qué? LA SEÑORA: Quiero ver cómo se ve el mundo, qué apariencia tiene la playa cuando se la ve encerrada en un delantal de empleada. LA EMPLFADA ¿Ahora? LA SEÑORA: Sí, ahora. LA EMPLEADA: Pero es que... No tengo un vestido debajo. LA SEÑORA: (Tirándole el blusón.) Toma... Ponte esto. LA EMPLEADA: Voy a quedar en calzones ... LA SEÑORA: Es lo suficientemente largo como para cubrirte. Y en todo caso vas a mostrar menos que lo que mostrabas con los trajes de baño que arrendabas en Cartagena. (Se levanta y obliga a levantarse a LA EMPLEADA.) Ya. Métete en la carpa y cámbiate. (Prácticamente obliga a LA EMPLEADA a entrar a la carpa y luego lanza al interior de ella el blusón de toalla. Se dirige al primer plano y le habla a su hijo.) LA SEÑORA: Alvarito, métase un poco al agua. Mójese las patitas siquiera... No sea tan de rulo...¡Eso es! ¿Ves que es rica el aguita? (Se vuelve hacia la carpa y habla hacia dentro de ella.) ¿Estás lista? (Entra a la carpa.) Después de un instante sale LA EMPLEADA vestida con el blusón de toalla. Se ha prendido el pelo hacia atrás y su aspecto ya difiere algo de la tímida muchacha que conocemos. Con delicadeza se tiende de bruces sobre la arena. Sale LA SEÑORA abotonándose aún su delantal blanco. Se va a sentar delante de LA EMPLEADA, pero vuelve un poco más atrás. LA SEÑORA: No. Adelante no. Una empleada en la playa se sienta siempre un poco más atrás que su patrona. (Se sienta sobre sus pantorrillas y mira, divertida, en todas direcciones.) LA EMPLEADA cambia de postura con displicencia. LA SEÑORA toma la revista de LA EMPLEADA y principia a leerla. Al principio, hay una sonrisa irónica en sus labios que desaparece luego al interesarse por la lectura. Al leer mueve los labios. LA EMPLEADA, con naturalidad, toma de la bolsa de playa de LA SEÑORA un frasco de aceite bronceador y principia a extenderlo con lentitud por sus piernas. LA SEÑORA la ve. Intenta una reacción reprobatoria, pero queda desconcertada. LA SEÑORA: ¿Qué haces? LA EMPLEADA no contesta. La SEÑORA opta por seguir la lectura. Vigilando de vez en vez con la vista Io que hace LA EMPLEADA. Ésta ahora se ha sentado y se mira detenidamente las uñas. LA SEÑORA: ¿Por qué te miras las uñas? LA EMPLEADA: Tengo que arreglármelas. LA SEÑORA: Nunca te había visto antes mirarte las uñas. LA EMPLEADA: No se me había ocurrido. LA SEÑORA: Este delantal acalora. LA EMPLEADA: Son los mejores y los más durables. LA SEÑORA: Lo sé. Yo los compré. LA EMPLEADA: Le queda bien. LA SEÑORA: (Divertida.) Y tú no te ves nada de mal con esa tenida.. (Se ríe.) Cualquiera se equivocaría. Más de un jovencito te podría hacer la corte ... ¡Sería como para contarlo! LA EMPLEADA: Alvarito se está metiendo muy adentro. Vaya a vigilarlo. LA SEÑORA: (Se levanta inmediatamente y se adelanta.) ¡Alvarito! ¡Alvarito! No se vaya tan adentro... Puede venir una ola. (Recapacita de pronto y se vuelve desconcertada hacia LA EMPLEADA.) ¿Por qué no fuiste? LA EMPLEADA: ¿Adónde? LA SEÑORA: ¿Por qué me dijiste que yo fuera a vigilar a Alvarito? LA EMPLEADA: (Con naturalidad.) Ud. lleva el delantal blanco. LA SEÑORA: Te gusta el juego, ¿ah? Una pelota de goma, impulsada por un niño que juega cerca, ha caído a los pies de LA EMPLEADA. Ella la mira y no hace ningún movimiento. Luego mira a LA SEÑORA. Ésta, instintivamente, se dirige a la pelota y la tira en la dirección en que vino. La EMPLEADA busca en la bolsa de playa de LA SEÑORA y se pone sus anteojos para el sol. LA SEÑORA: (Molesta.) ¿Quién te ha autorizado para que uses mis anteojos? LA EMPLEADA: ¿Cómo se ve la playa vestida con un delantal blanco? LA SEÑORA: Es gracioso. ¿Y tú? ¿Cómo ves la playa ahora? LA EMPLEADA: Es gracioso. LA SEÑORA: (Molesta.) ¿Dónde está la gracia? LA EMPLEADA: En que no hay diferencia. LA SEÑORA: ¿Cómo? LA EMPLEADA: Ud. con el delantal blanco es la empleada, yo con este blusón y los anteojos oscuros soy la señora. LA SEÑORA: ¿Cómo?... ¿Cómo te atreves a decir eso? A EMPLEADA ¿Se habría molestado en recoger la pelota si no estuviese vestida de empleada? LA SEÑORA: Estamos jugando. LA EMPLEADA: ¿Cuándo? LA SEÑORA: Ahora. LA EMPLEADA: ¿Y antes? LA SEÑORA: ¿Antes? LA EMPLEADA: Si. Cuando yo estaba vestida de empleada... LA SEÑORA: Eso no es juego. Es la realidad. LA EMPLEADA: ¿Por qué? LA SEÑORA: Porque sí. LA EMPLEADA: Un juego... un juego más largo... como el "paco-ladrón". A unos les corresponde ser "pacos", a otros "ladrones." LA SEÑORA: (Indignada.) ¡Ud. se está insolentando! LA EMPLEADA: ¡No me grites! ¡La insolente eres tú! LA SEÑORA: ¿Qué significa eso? ¿Ud. me está tuteando? LA EMPLEADA: ¿Y acaso tú no me tratas de tú? LA SEÑORA: ¿Yo? LA EMPLEADA: Sí. LA SEÑORA: ¡Basta ya! ¡Se acabó este juego! LA EMPLEADA: ¡A mí me gusta! LA SEÑORA: ¡Se acabó! (Se acerca violentamente a LA EMPLEADA.) LA EMPLEADA: (Firme.) ¡Retírese! LA SEÑORA se detiene sorprendida. LA SEÑORA: ¿Te has vuelto loca? LA EMPLEADA: ¡Me he vuelto señora! LA SEÑORA: Te puedo despedir en cualquier momento. LA EMPLEADA: (Explota en grandes carcajadas, como si lo que hubiera oído fuera el chiste mas gracioso que jamás ha escuchado.) LA SEÑORA: ¿Pero de qué te ríes? LA EMPLEADA: (Sin dejar de reír.) ¡Es tan ridículo! LA SEÑORA: ¿Qué? ¿Qué es tan ridículo? LA EMPLEADA: Que me despida... ¡vestida así! ¿Dónde se ha visto a una empleada despedir a su patrona? LA SEÑORA: ¡Sácate esos anteojos! ¡Sácate el blusón! ¡Son míos! LA EMPLEADA: ¡Vaya a ver al niño! LA SEÑORA: Se acabó el juego, te he dicho. 0 me devuelves mis cosas o te las saco. LA EMPLEADA: ¡Cuidado! No estamos solas en la playa. LA SEÑORA: ¡Y qué hay con eso? ¿Crees que por estar vestida con un uniforme blanco no van a reconocer quien es la empleada y quién la señora? LA EMPLEADA: (Serena.) No me levante la voz. LA SEÑORA exasperada se lanza sobre LA EMPLEADA y trata de sacarle el blusón a viva fuerza. LA SEÑORA: (Mientras forcejea) ¡China! ¡Ya te voy a enseñar quién soy! ¿Qué te has creído? ¡Te voy a meter presa! Un grupo de bañistas ha acudido a ver la riña. Dos JÓVENES, una MUCHACHA y un SEÑOR de edad madura y de apariencia muy distinguida. Antes que puedan intervenir la EMPLEADA ya ha dominado la situación manteniendo bien sujeta a LA SEÑORA contra la arena. Ésta sigue gritando ad libitum expresiones como: "rota cochina"...."¿ya te la vas a ver con mi marido" ... "te voy a mandar presa"... "esto es el colmo," etc., etc . UN JOVEN: ¿Qué sucede? EL OTRO JOVEN: ¿Es un ataque? LA JOVENCITA: Se volvió loca. UN JOVEN: Puede que sea efecto de una insolación. EL OTRO JOVEN: ¿Podemos ayudarla? LA EMPLEADA: Sí. Por favor. Llévensela. Hay una posta por aquí cerca... EL OTRO JOVFN: Yo soy estudiante de Medicina. Le pondremos una inyección para que se duerma por un buen tiempo. LA SEÑORA: ¡Imbéciles! ¡Yo soy la patrona! Me llamo Patricia Hurtado, mi marido es Alvaro Jiménez, el político... LA JOVENCITA: (Riéndose.) Cree ser la señora. UN JOVEN: Está loca. EL OTRO JOVEN: Un ataque de histeria. UN JOVEN: Llevémosla. LA EMPLEADA: Yo no los acompaño... Tengo que cuidar a mi hijito... Está ahí, bañándose... LA SEÑORA: ¡Es una mentirosa! ¡Nos cambiamos de vestido sólo por jugar! ¡Ni siquiera tiene traje de baño! ¡Debajo del blusón está en calzones! ¡Mírenla! EL OTRO JOVEN: (Haciéndole un gesto al JOVEN.) ¡Vamos! Tú la tomas por los pies y yo por los brazos. LA JOVENCITA: ¡Qué risa! ¡Dice que está en calzones! Los dos JÓVENES toman a LA SEÑORA y se la llevan, mientras ésta se resiste y sigue gritando. LA SEÑORA: ¡Suéltenme! ¡Yo no estoy loca! ¡Es ella! ¡Llamen a Alvarito! ¡Él me reconocerá! Mutis de los dos JÓVENES llevando en peso a LA SEÑORA. LA EMPLEADA se tiende sobre la arena, como si nada hubiera sucedido, aprontándose para un prolongado baño del sol. EL CABALLERO DISTINGUIDO: ¿Está Ud. bien, señora? ¿Puedo serle útil en algo? LA EMPLEADA: (Mira inspectivamente al SEÑOR DISTINGUIDO y sonríe con amabilidad.) Gracias. Estoy bien. EL CABALLERO DISTINGUIDO: Es el símbolo de nuestro tiempo. Nadie parece darse cuenta, pero a cada rato, en cada momento sucede algo así. LA EMPLEADA: ¿Qué? EL CABALLEPO DISTINGUIDO: La subversión del orden establecido. Los viejos quieren ser jóvenes; los jóvenes quieren ser viejos; los pobres quieren ser ricos y los ricos quieren ser pobres. Sí, señora. Asómbrese Ud. También hay ricos que quieren ser pobres. ¿Mi nuera? Va todas tardes a tejer con mujeres de poblaciones callampas. ¡Y le gusta hacerlo! (Transición.) ¿Hace mucho tiempo que está con Ud.? LA EMPLEADA: ¿Quién? EL CABALLERO DISTINGUIDO: (Haciendo un gesto hacia la dirección en que se llevaron a LA SEÑORA.) Su empleada. LA EMPLEADA: (Dudando. Haciendo memoria.) Poco más de un año. EL CABALLEPO DISTINGUIDO: Y así le paga a usted. ¡Queriéndose pasar por una señora! ¡Como si no se reconociera a primera vista quién es quién! ¿Sabe Ud. por qué suceden estas cosas? LA EMPLEADA: ¿Por qué? EL CABALLEPO DISTINGUIDO: (Con aire misterioso.) El comunismo... LA EMPLEADA: ¡Ah! EL CABALLERO DISTINGUIDO: (Tranquilizado.) Pero no nos inquietemos. El orden está establecido. Al final, siempre el orden se establece... Es un hecho... Sobre eso no hay discusión...(Transición.) Ahora con permiso señora. Voy a hacer mi footing diario. Es muy conveniente a mi edad. Para la circulación ¿sabe? Y Ud. Quede tranquila. El sol es el mejor sedante. (Ceremoniosamente.) A sus órdenes, señora. (Inicia el mutis. Se vuelve.) Y no sea muy dura con su empleada, después que se haya tranquilizado... Después de todo... Tal vez tengamos algo de culpa nosotros mismos... ¿Quién puede decirlo? (El CABALLERO DISTINGUIDO hace mutis.) LA EMPLEADA cambia de posición. Se tiende de espaldas para recibir el sol en la cara. De pronto se acuerda de Alvarito. Mira hacia donde él está.) LA EMPLEADA: ¡Alvarito! ¡Cuidado con sentarse en esa roca! Se puede hacer una nana en el pie... Eso es, corra por la arenita... Eso es, mi hijito... (Y mientras LA EMPLEADA mira con ternura y delectación maternal cómo Alvarito juega a la orilla del mar se cierra lentamente el Telón.)

el delantal blanco por Vodanovic

Mariana Aun bien que está ya el señor juez de los divorcios sentado en la silla de su audiencia. Desta vez tengo de quedar dentro o fuera; desta vegada tengo de quedar libre de pedido y alcabala, como el gavilán. Vejete Por amor de Dios, Mariana, que no almonedees tanto tu negocio: habla paso, por la pasión que Dios pasó; mira que tienes atronada a toda la vecindad con tus gritos; y, pues tienes delante al señor juez, con menos voces le puedes informar de tu justicia. Juez ¿Qué pendencia traéis, buena gente? Mariana Señor, ¡divorcio, divorcio, y más divorcio, y otras mil veces divorcio! Juez ¿De quién, o por qué, señora? Mariana ¿De quién? Deste viejo que está presente. Juez ¿Por qué? Mariana Porque no puedo sufrir sus impertinencias, ni estar contino atenta a curar todas su enfermedades, que son sin número; y no me criaron a mí mis padres para ser hospitalera ni enfermera. Muy buen dote llevé al poder desta espuerta de huesos, que me tiene consumidos los días de la vida; cuando entré en su poder, me relumbraba la cara como un espejo, y agora la tengo con una vara de frisa encima. Vuesa merced, señor juez, me descase, si no quiere que me ahorque; mire, mire los surcos que tengo por este rostro, de las lágrimas que derramo cada día por verme casada con esta anotomía. Juez No lloréis, señora; bajad la voz y enjugad las lágrimas, que yo os haré justicia. Mariana Déjeme vuesa merced llorar, que con esto descanso. En los reinos y en las repúblicas bien ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de tres en tres años se habían de deshacer, o confirmarse de nuevo, como cosas de arrendamiento; y no que hayan de durar toda la vida, con perpetuo dolor de entrambas partes. Juez Si este arbitrio se pudiera o debiera poner en prática, y por dineros, ya se hubiera hecho; pero especificad más, señora, las ocasiones que os mueven a pedir divorcio. Mariana El ivierno de mi marido y la primavera de mi edad; el quitarme el sueño, por levantarme a media noche a calentar paños y saquillos de salvado para ponerle en la ijada; el ponerle, ora aquesto, ora aquella ligadura, que ligado le vea yo a un palo por justicia; el cuidado que tengo de ponerle de noche alta cabecera de la cama, jarabes lenitivos, porque no se ahogue del pecho; y el estar obligada a sufrirle el mal olor de la boca, que le güele mal a tres tiros de arcabuz. Escribano Debe de ser de alguna muela podrida. Vejete No puede ser, porque lleve el diablo la muela ni diente que tengo en toda ella. Procurador Pues ley hay que dice, según he oído decir, que por sólo el mal olor de la boca se puede desc[as]ar la mujer del marido, y el marido de la mujer. Vejete En verdad, señores, que el mal aliento que ella dice que tengo, no se engendra de mis podridas muelas, pues no las tengo, ni menos procede de mi estómago, que está sanísimo, sino desa mala intención de su pecho. Mal conocen vuesas mercedes a esta señora, pues a fe que, si la conociesen, que la ayunarían o la santiguarían. Veinte y dos años ha que vivo con ella mártir, sin haber sido jamás confesor de sus insolencias, de sus voces y de sus fantasías, y ya va para dos años que cada día me va dando vaivenes y empujones hacia la sepultura; a cuyas voces me tiene medio sordo, y, a puro reñir, sin juicio. Si me cura, como ella dice, cúrame a regañadientes; habiendo de ser suave la mano y la condición del médico. En resolución, señores: yo soy el que muero en su poder, y ella es la que vive en el mío, porque es señora, con mero mixto imperio, de la hacienda que tengo. Mariana ¿Hacienda vuestra? Y ¿qué hacienda tenéis vos, que no la hayáis ganado con la que llevastes en mi dote? Y son míos la mitad de los bienes gananciales, mal que os pese; y dellos y de la dote, si me muriese agora, no os dejaría valor de un maravedí, porque veáis el amor que os tengo. Juez Decid, señor: cuando entrastes en poder de vuestra mujer, ¿no entrastes gallardo, sano y bien acondicionado? Vejete Ya he dicho que ha veinte y dos años que entré en su poder, como quien entra en el de un cómitre calabrés a remar en galeras de por fuerza; y entré tan sano, que podía decir y hacer como quien juega a las pintas. Mariana Cedacico nuevo, tres días en estaca. Juez Callad, callad, nora en tal, mujer de bien, y andad con Dios, que yo no hallo causa para descasaros; y, pues comistes las maduras, gustad de las duras; que no está obligado ningún marido a tener la velocidad y corrida del tiempo, que no pase por su puerta y por sus días; y descontad los malos que ahora os da, con los buenos que os dio cuando pudo; y no repliquéis más palabra. Vejete Si fuese posible, recebiría gran merced que vuesa merced me la hiciese de despenarme, alzándome esta carcelería; porque, dejándome así, habiendo ya llegado a este rompimiento, será de nuevo entregarme al verdugo que me martirice; y si no, hagamos una cosa: enciérrese ella en un monesterio y yo en otro; partamos la hacienda, y desta suerte podremos vivir en paz y en servicio de Dios lo que nos queda de la vida. Mariana ¡Malos años! ¡Bonica soy yo para estar encerrada! No sino llegaos a la niña, que es amiga de redes, de tornos, rejas y escuchas, encerraos vos, que lo podréis llevar y sufrir, que ni tenéis ojos con que ver, ni oídos con que oír, ni pies con que andar, ni mano con que tocar: que yo, que estoy sana, y con todos mis cinco sentidos cabales y vivos, quiero usar dellos a la descubierta, y no por brújula, como quínola dudosa. Escribano Libre es la mujer. Procurador Y prudente el marido; pero no puede más. Juez Pues yo no puedo hacer este divorcio, quia nullam invenio causam. Entra un soldado bien aderezado y su mujer, Doña Guiomar. Doña [Guiomar] ¡Bendito sea Dios!, que se me ha cumplido el deseo que tenía de verme ante la presencia de vuesa merced, a quien suplico, cuan encarecidamente puedo, sea servido de descasarme déste. Juez ¿Qué cosa es déste? ¿No tiene otro nombre? Bien fuera que dijérades siquiera: "deste hombre". Doña [Guiomar] Si él fuera hombre, no procurara yo descasarme. Juez Pues, ¿qué es? Doña [Guiomar] Un leño. Soldado [Aparte.] Por Dios, que he de ser leño en callar y en sufrir. Quizá con no defenderme ni contradecir a esta mujer el juez se inclinará a condenarme; y, pensando que me castiga, me sacará de cautiverio, como si por milagro se librase un cautivo de las mazmorras de Tetuán. Procurador Hablad más comedido, señora, y relatad vuestro negocio, sin improperios de vuestro marido; que el señor juez de los divorcios, que está delante, mirará rectamente por vuestra justicia. Doña [Guiomar] Pues, ¿no quieren vuesas mercedes que llame leño a una estatua, que no tiene más acciones que un madero? Mariana Ésta y yo nos quejamos, sin duda, de un mismo agravio. Doña [Guiomar] Digo, en fin, señor mío, que a mí me casaron con este hombre, ya que quiere vuesa merced que así lo llame; pero no es este hombre con quien yo me casé. Juez ¿Cómo es eso?, que no os entiendo. Doña [Guiomar] Quiero decir que pensé que me casaba con un hombre moliente y corriente, y a pocos días hallé que me había casado con un leño, como tengo dicho; porque él no sabe cuál es su mano derecha, ni busca medios ni trazas para granjear un real con que ayude a sustentar su casa y familia. Las mañanas se le pasan en oír misa y en estarse en la puerta de Guadalajara murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y escuchando mentiras; y las tardes, y aun las mañanas también, se va de en casa en casa de juego, y allí sirve de número a los mirones, que, según he oído decir, es un género de gente a quien aborrecen en todo estremo los gariteros. A las dos de la tarde viene a comer, sin que le hayan dado un real de barato, porque ya no se usa el darlo. Vuélvese a ir, vuelve a media noche, cena si lo halla, y si no, santíguase, bosteza y acuéstase; y en toda la noche no sosiega, dando vueltas. Pregúntole qué tiene. Respóndeme que está haciendo un soneto en la memoria para un amigo que se le ha pedido; y da en ser poeta, como si fuese oficio con quien no estuviese vinculada la necesidad del mundo. Soldado Mi señora doña Guiomar, en todo cuanto ha dicho, no ha salido de los límites de la razón; y, si yo no la tuviera en lo que hago, como ella la tiene en lo que dice, ya había yo de haber procurado algún favor de palillos, de aquí o de allí, y procurar verme, como se ven otros hombrecitos aguditos y bulliciosos, con una vara en las manos, y sobre una mula de alquiler pequeña, seca y maliciosa, sin mozo de mulas que le acompañe, porque las tales mulas nunca se alquilan sino a faltas y cuando están de nones; sus alforjitas a las ancas: en la una un cuello y una camisa, y en la otra su medio queso y su pan y su bota; sin añadir a los vestidos que trae de rúa, para hacellos de camino, sino unas polainas y una sola espuela; y, con una comisión, y aun comezón en el seno, sale por esa Puente Toledana raspahilando, a pesar de las malas mañas de la harona, y, a cabo de pocos días, envía a su casa algún pernil de tocino y algunas varas de lienzo crudo; en fin, de aquellas cosas que valen baratas en los lugares del distrito de su comisión, y con esto sustenta su casa como el pecador mejor puede; pero yo, que ni tengo oficio [ni beneficio], no sé qué hacerme, porque no hay señor que quiera servirse de mí, porque soy casado; así que, me será forzoso suplicar a vuesa merced, señor juez, pues ya por pobres son tan enfadosos los hidalgos, y mi mujer lo pide, que nos divida y aparte. Doña [Guiomar] Y hay más en esto, señor juez: que, como yo veo que mi marido es tan para poco, y que padece necesidad, muérome por remedialle; pero no puedo, porque, en resolución, soy mujer de bien, y no tengo de hacer vileza. Soldado Por esto solo merecía ser querida esta mujer, pero, debajo deste pundonor, tiene encubierta la más mala condición de la tierra: pide celos sin causa, grita sin porqué, presume sin hacienda, y, como me ve pobre, no me estima en el baile del rey Perico; y es lo peor, señor juez, que quiere que, a trueco de la fidelidad que me guarda, le sufra y disimule millares de millares de impertinencias y desabrimientos que tiene. Doña [Guiomar] ¿Pues no? ¿Y por qué no me habéis vos de guardar a mí decoro y respeto, siendo tan buena como soy? Soldado Oíd, señora doña Guiomar; aquí, delante destos señores, os quiero decir esto: ¿por qué me hacéis cargo de que sois buena, estando vos obligada a serlo, por ser de tan buenos padres nacida, por ser cristiana y por lo que debéis a vos misma? ¡Bueno es que quieran las mujeres que las respeten sus maridos porque son castas y honestas; como si en sólo esto consistiese, de todo en todo, su perfección; y no echan de ver los desaguaderos por donde desaguan la fineza de otras mil virtudes que les faltan! ¿Qué se me da a mí que seáis casta con vos misma, puesto que se me da mucho, si os descuidáis de que lo sea vuestra criada, y si andáis siempre rostrituerta, enojada, celosa, pensativa, manirrota, dormilona, perezosa, pendenciera, gruñidora, con otras insolencias deste jaez, que bastan a consumir las vidas de docientos maridos? Pero, con todo esto, digo, señor juez, que ninguna cosa destas tiene mi señora doña Guiomar; y confieso que yo soy el leño, el inhábil, el dejado y el perezoso; y que, por ley de buen gobierno, aunque no sea por otra cosa, está vuesa merced obligado a descasarnos; que desde aquí digo que no tengo ninguna cosa que alegar contra lo que mi mujer ha dicho, y que doy el pleito por concluso, y holgaré de ser condenado. Doña [Guiomar] ¿Qué hay que alegar contra lo que tengo dicho? Que no me dais de comer a mí, ni a vuestra criada; y monta que son muchas, sino una, y aun esa sietemesina, que no come por un grillo. Escribano Sosiéguense; que vienen nuevos demandantes. Entra uno vestido a lo médico, y es cirujano, y Aldonza de Minjaca, su mujer. Cirujano Por cuatro causas bien bastantes, vengo a pedir a vuesa merced, señor juez, haga divorcio entre mí y la señora doña Aldonza de Minjaca, mi mujer, que está presente. Juez Resoluto venís; decid las cuatro causas. Cirujano La primera, porque no la puedo ver más que a todos los diablos; la segunda, por lo que ella se sabe; la tercera, por lo que yo me callo; la cuarta, porque no me lleven los demonios, cuando desta vida vaya, si he de durar en su compañía hasta mi muerte. Procurador Bastantísimamente ha probado su intención. Minjaca Señor juez, vuesa merced me oiga, y advierta que, si mi marido pide por cuatro causas divorcio, yo le pido por cuatrocientas. La primera, porque, cada vez que le veo, hago cuenta que veo al mismo Lucifer; la segunda, porque fui engañada cuando con él me casé, porque él dijo que era médico de pulso, y remaneció cirujano, y hombre que hace ligaduras y cura otras enfermedades, que va decir desto a médico la mitad del justo precio; la tercera, porque tiene celos del sol que me toca; la cuarta, que, como no le puedo ver, querría estar apartada dél dos millones de leguas. Escribano ¿Quién diablos acertará a concertar estos relojes, estando las ruedas tan desconcertadas? Minjaca La quinta... Juez Señora, señora, si pensáis decir aquí todas las cuatrocientas causas, yo no estoy para escuchallas, ni hay lugar para ello. Vuestro negocio se recibe a prueba; y andad con Dios, que hay otros negocios que despachar. Cirujano ¿Qué más pruebas, sino que yo no quiero morir con ella, ni ella gusta de vivir conmigo? Juez Si eso bastase para descasarse los casados, infinitísimos sacudirían de sus hombros el yugo del matrimonio. Entra uno vestido de ganapán, con su caperuza cuarteada. Ganapán Señor juez: ganapán soy, no lo niego, pero cristiano viejo, y hombre de bien a las derechas; y, si no fuese que alguna vez me tomo del vino, o él me toma a mí, que es lo más cierto, ya hubiera sido prioste en la cofradía de los hermanos de la carga, pero, dejando esto aparte, porque hay mucho que decir en ello, quiero que sepa el señor joez que, estando una vez muy enfermo de los vaguidos de Baco, prometí de casarme con una mujer errada. Volví en mí, sané y cumplí la promesa, y caséme con una mujer que saqué de pecado; púsela a ser placera; ha salido tan soberbia y de tan mala condición, que nadie llega a su tabla con quien no riña, ora sobre el peso falto, ora sobre que le llegan a la fruta, y a dos por tres les da con una pesa en la cabeza, o adonde topa, y los deshonra hasta la cuarta generación, sin tener hora de paz con todas sus vecinas ya parleras; y yo tengo de tener todo el día la espada más lista que un sacabuche, para defendella; y no ganamos para pagar penas de pesos no maduros, ni de condenaciones de pendencias. Querría, si vuesa merced fuese servido, o que me apartase della, o, por lo menos, le mudase la condición acelerada que tiene en otra más reportada y más blanda; y prométole a vuesa merced de descargalle de balde todo el carbón que comprare este verano; que puedo mucho con los hermanos mercaderes de la costilla. Cirujano Ya conozco yo a la mujer deste buen hombre, y es tan mala como mi Aldonza: que no lo puedo más encarecer. Juez Mirad, señores, aunque algunos de los que aquí estáis habéis dado algunas causas que traen aparejada sentencia de divorcio, con todo eso, es menester que conste por escrito, y que lo digan testigos; y así, a todos os recibo a prueba. Pero, ¿qué es esto? ¿Música y guitarras en mi audiencia? ¡Novedad grande es ésta! Entran dos músicos. Músico Señor juez, aquellos dos casados tan desavenidos que vuesa merced concertó, redujo y apaciguó el otro día, están esperando a vuesa merced con una gran fiesta en su casa; y por nosotros le envía[n] a suplicar sea servido de hallarse en ella y honrallos. Juez Eso haré yo de muy buena gana; y pluguiese a Dios que todos los presentes se apaciguasen como ellos. Procurador Desa manera, moriríamos de hambre los escribanos y procuradores desta audiencia; que no, no, sino todo el mundo ponga demandas de divorcios; que, al cabo, al cabo, los más se quedan como se estaban y nosotros habemos gozado del fruto de sus pendencias y necedades. Músico Pues en verdad que desde aquí hemos de ir regocijando la fiesta. Cantan los músicos. Entre casados de honor, cuando hay pleito descubierto, más vale el peor concierto que no el divorcio mejor. Donde no ciega el engaño simple, en que algunos están, las riñas de por San Juan son paz para todo el año. Resucita allí el honor, y el gusto, que estaba muerto, donde vale el peor concierto más que el divorcio mejor. Aunque la rabia de celos es tan fuerte y rigurosa, si los pide una hermosa, no son celos, sino cielos. Tiene esta opinión Amor, que es el sabio más experto: que vale el peor concierto más que el divorcio mejor.

el juez de los divorcios por Miguel de cervantes

la sinécdoque

el uso de una parte para representar el todo "hay que ganar el pan de cada día"

el apóstrofe

es una especie de invocación que el escritor dirige a una determinada persona o a otros seres ya sean animados o inanimados

la parábola

es una narrativa que tiene intención didáctica (una enseñanza o lección moral)

el símbolo

es una persona, un lugar, un objeto o un suceso que representa valores, ideas o conceptos.

la híperbole

exageración

ACTOR 2.- Amigos, la tercera historia vamos a contarla así... ACTOR 3.- Así como nos la contaron esta tarde a nosotros. ACTRIZ.- Es la "Historia del hombre que se convirtió en perro". ACTOR 3.- Empezó hace dos años, en el banco de una plaza. Allí señor..., donde usted trataba hoy de adivinar el secreto de una hoja. ACTRIZ.- Allí donde, extendiendo los brazos, apretamos al mundo por lacabeza y los pies y le decimos: "!Suena acordeón, suena!" ACTOR 2.- Allí lo conocimos. (Entra el ACTOR 1) Era... (Lo señala.) así comolo ven, nada más. Y estaba muy triste. ACTRIZ.- Fue nuestro amigo. El buscaba trabajo, y nosotros éramos actores. ACTOR 3.- El debía mantener a su mujer, y nosotros éramos actores. ACTOR 2.- El soñaba con la vida y despertaba gritando por la noche. Y nosotros éramos actores. ACTRIZ.- Fue nuestro gran amigo, claro. Así como lo ven... (Loseñala.) Nadamás. TODOS.- ¡Y estaba muy triste! ACTOR 3.- Pasó el tiempo. El otoño... ACTOR 2.- El verano... ACTRIZ.- El invierno... ACTOR 3.- La primavera... ACTOR 1.- ¡Mentira! Nunca tuve primavera. ACTOR 2.- El otoño... ACTRIZ.- El invierno... ACTOR 3.- El verano. Y volvimos. Y fuimos a visitarlo, porque era nuestro amigo. ACTOR 2.- Y preguntamos: "¿Está bien?" Y su mujer nos dijo... ACTRIZ.- No sé. ACTOR 3.- ¿Está mal? ACTRIZ.- No sé. ACTORES 2 y 3 .- ¿Dónde está? ACTRIZ.- En la perrera. (ACTOR 1 en cuatro patas.) ACTORES 2 y 3.- ¡Uhhh! ACTOR 3.- (Observándolo.) Soy el director de la perrera, y esto me parece fenomenal. Llegó ladrando como un perro (requisito principal); Y si bien conserva el traje, es un perro, a no dudar. ACTOR 2.- (Tartamudeando.) S-s-soy el v-veter-r-rinario, y esto-to-to es c-claro p-para mí. Aun-que p-parezca un ho-hombre, es un p-pe-perro el q-que está aquí. ACTOR 1.- (Al público.) Y yo, ¿qué les puedo decir? No se si soy hombre o perro. Y creo que ni siquiera ustedes podrán decírmelo al final. Porque todo empezó de la manera más corriente. Fui a una fábrica a buscar trabajo. Hacía tres meses que no conseguía nada, y fui a buscar trabajo. ACTOR 3.- ¿No leyó el letrero? "NO HAY VACANTES". ACTOR 1.- Sí, lo leí. ¿No tiene nada para mí? ACTOR 3.- Si dice "No hay vacantes", no hay. ACTOR 1.- Claro. ¿No tiene nada para mí? ACTOR 3.- ¡Ni para usted ni para el ministro! ACTOR 1.-¡Ahá! ¿No tiene nada para mí? ACTOR 3.- ¡NO! ACTOR 1.- Tornero... ACTOR 3.- ¡NO! ACTOR 1.- Mecánico.. ACTOR 3.- ¡NO! ACTOR 1.- S... ACTOR 3.- N... ACTOR 1.- R... ACTOR 3.- N... ACTOR 1.- F... ACTOR 3.- N... ACTOR 1.- ¡Sereno! ¡Sereno! ¡Aunque sea de sereno! ACTRIZ.- (Como si tocara un clarín.) ¡Tutú, tu.-tu.-tú! ¡El patrón! (Los ACTORES 2 y 3 hablan por señas.) ACTOR 3.- (Al público.) El perro del sereno, señores, había muerto la noche anterior, luego de veinticinco años de lealtad. ACTOR 2.- Era un perro muy viejo. ACTRIZ.- Amén. ACTOR 2.- (Al ACTOR 1.) ¿Sabe ladrar? ACTOR 1.- Tornero ACTOR 2.- ¿Sabe ladrar? ACTOR 1.- Mecánico... ACTOR 2.- ¿Sabe ladrar? ACTOR 1.- Albañil... ACTORES 2 y 3.- ¡NO HAY VACANTES! ACTOR 1.- (Pausa.) ¡Guau..., guau!... ACTOR 2.- Muy bien, lo felicito... ACTOR 3.- Le asignamos diez pesos diarios de sueldo, la casilla y la comida. ACTOR 2.- Como ven, ganaba diez pesos más que el perro verdadero. ACTRIZ.- Cuando volvió a casa me contó del empleo conseguido. Estaba borracho. ACTOR 1.- (A su mujer) Pero me prometieron que apenas un obrero se jubilara, muriera o fuera despedido, me darían su puesto. ¡Divertite, María, divertite! ¡Guau..., guau!... ¡Divertite, María, divertite! ACTORES 2 y 3.- ¡Guau..., guau!... ¡Divertite, María, divertite! ACTRIZ.- Estaba borracho, pobre... ACTOR 1.- Y a la otra noche empecé a trabajar... (Se agacha en cuatro patas.) ACTOR 2.- ¿Tan chica le queda la casilla? ACTOR 1.- No puedo agacharme tanto. ACTOR 3.- ¿Le aprieta aquí? ACTOR 1.- Sí. ACTOR 3.- Bueno, pero vea, no me diga "sí". Tiene que empezar a acostumbrarse. Dígame: "¡Guau..., guau!" ACTOR 2.- ¿Le aprieta aquí? (El ACTOR 1no responde.) ¿Le aprieta aquí? ACTOR 1.- ¡Guau..., guau!... ACTOR 2.- Y bueno...(Sale.) ACTOR 1.- Pero esa noche llovió, y tuve que meterme en la casilla. ACTOR 2.- (Al ACTOR 3.) Ya no le aprieta... ACTOR 3.- Y está en la casilla. ACTOR 2.- (Al ACTOR 1.) ¿Vio cómo uno se acostumbra a todo? ACTRIZ.- Uno se acostumbra a todo... ACTORES 2 y 3.- Amén... ACTRIZ.- Y él empezó a acostumbrarse. ACTOR 3.- Entonces, cuando vea que alguien entra, me grita: "¡Guau..., guau!". A ver... ACTOR 1.- (El ACTOR 2pasa corriendo.) ¡Guau..., guau!... (El ACTOR 2 pasa sigilosamente.) ¡Guau..., guau!... (El ACTOR 2pasa agachado.) ¡Guau..., guau..., guau!...(Sale.) ACTOR 3.- (Al ACTOR 2.) Son diez pesos por día extras en nuestro presupuesto. ACTOR 2.- ¡Mmm! ACTOR 3.- ...pero la aplicación que pone el pobre los merece... ACTOR 2.- ¡Mmm! ACTOR 3.- Además, no come más que el muerto... ACTOR 2.- ¡Mmm! ACTOR 3.- ¡Debemos ayudar a su familia! ACTOR 2.- ¡Mmm! ¡Mmm! ¡Mmm! (Salen.) ACTRIZ.- Sin embargo, yo lo veía muy triste, y trataba de consolarlo cuando el volvía a casa. (Entra ACTOR 1.) ¡Hoy vinieron visitas!... ACTOR 1.- ¿Sí? ACTRIZ.- Y de los bailes en el club, ¿te acordás? ACTOR 1.- Sí. ACTRIZ.- ¿Cuál era nuestro tango? ACTOR 1.- No sé. ACTRIZ.- ¡Cómo que no! "Percanta que me amuraste..." (El ACTOR 1 está en cuatro patas.) Y un día me trajiste un clavel... (Lo mira, y queda horrorizada.) ¿Qué estás haciendo? ACTOR 1.- ¿Qué? ACTRIZ.- Estás en cuatro patas... (Sale.) ACTOR 1.- ¡Esto no lo aguanto más! ¡Voy a hablar con el patrón! (Entran los ACTORES 2 y 3.) ACTOR 3.- Es que no hay otra cosa... ACTOR 1.- Me dijeron que un viejo se murió. ACTOR 3.- Sí, pero estamos de economía. Espere un tiempo más, ¿eh? ACTRIZ.- Y esperó. Volvió a los tres meses. ACTOR 1.- (Al ACTOR 2.) Me dijeron que uno se jubiló... ACTOR 2.- Sí, pero pensamos cerrar esa sección. Espere un tiempito más, ¿eh? ACTRIZ.- Y esperó. Volvió a los dos meses. ACTOR 1.- (Al ACTOR 3.) Déme el empleo de uno de los que echaron por la huelga... ACTOR 3.- Imposible. Sus puestos quedarán vacantes... ACTORES 2 y 3.- ¡Cómo castigo! (Salen.) ACTOR 1.- Entonces no pude aguantar más... ¡Y planté! ACTRIZ.- Fue nuestra noche más feliz en mucho tiempo! (Lo toma del brazo.) ¿Cómo se llama esta flor? ACTOR 1.- Flor... ACTRIZ.- ¿Y cómo se llama esa estrella? ACTOR 1.- María. ACTRIZ.- (Ríe.) ¡María me llamo yo! ACTOR 1.- ¡Ella también..., ella también! (Le toma una mano y la besa.) ACTRIZ.- (Retira su mano.) ¡No me muerdas! ACTOR 1.- No te iba a morder... Te iba a besar, María... ACTRIZ.- ¡Ah! , yo creía que me ibas a morder...(Sale.) (Entran los ACTORES 2 y 3.) ACTOR 2.- Por supuesto... ACTOR 3.- ...y a la mañana siguiente... ACTORES 2 y 3.- Debió volver a buscar trabajo. ACTOR 1.- Recorrí varias partes, hasta que en una... ACTOR 3.- Vea, este... No tenemos nada. Salvo que... ACTOR 1.- ¿Qué? ACTOR 3.- Anoche murió el perro del sereno. ACTOR 2.- Tenía treinta y cinco años, el pobre... ACTORES 2 y 3.- ¡El pobre!... ACTOR 1.- Y tuve que volver a aceptar. ACTOR 2.- Eso sí, le pagábamos quince pesos por día. (Los ACTORES 2 y 3 dan vueltas.) ¡Hmm!... ¡Hmmm!... ¡Hmmm!... ACTORES 2 y 3.- ¡Aceptado! ¡Que sean quince! (Salen.) ACTRIZ.- (Entra.) Claro que cuatrocientos cincuenta pesos no nos alcanza para pagar el alquiler... ACTOR 1.- Mirá, como yo tengo la casilla, mudate vos a una pieza con cuatro o cinco muchachas más, ¿eh? ACTRIZ.- No hay otra solución. Y como no nos alcanza tampoco para comer... ACTOR 1.- Mirá, como yo me acostumbré al hueso, te voy a traer la carne a vos, ¿eh? ACTORES 2 y 3.- (Entrando.) ¡El directorio accedió! ACTOR 1 y ACTRIZ.- El directorio accedió... ¡Loado sea! (Salen los ACTORES 2 y 3.) ACTOR 1.- Yo ya me había acostumbrado. La casilla me parecía más grande. Andar en cuatro patas no era muy diferente de andar en dos. Con María nos veíamosen la plaza... (Va hacia ella.) Porque vos no podéis entrar en mi casilla; y como yo nopuedo entrar en tu pieza... Hasta que una noche... ACTRIZ.- Paseábamos. Y de repente me sentí mal... ACTOR 1.- ¿Qué te pasa? ACTRIZ.- Tengo mareos. ACTOR 1.- ¿Por qué? ACTRIZ.- (Llorando.) Me parece... que voy a tener un hijo... ACTOR 1.- ¿Y por eso llorás? ACTRIZ.- ¡Tengo miedo..., tengo miedo! ACTOR 1.- Pero ¿por qué? ACTRIZ.- ¡Tengo miedo..., tengo miedo! ¡No quiero tener un hijo! ACTOR 1.- ¿Por qué, María? ¿Por qué? ACTRIZ.- Tengo miedo... que sea...(Musita "perro". El ACTOR 1 la mira aterrado, y sale corriendo y ladrando. Cae al suelo. Ella se pone en pie.) ¡Se fue..., se fue corriendo! A veces se paraba, y a veces corría en cuatro patas... ACTOR 1.- ¡No es cierto, no me paraba! ¡No podía pararme! ¡Me dolía la cintura si me paraba! ¡Guau!... Los coches se me venían encima... La gente me miraba... (Entran los ACTORES 2 y 3.) ¡Váyanse! ¿Nunca vieron un perro? ACTOR 2.- ¡Está loco! ¡Llamen a un médico! (Sale.) ACTOR 3.- ¡Está borracho! ¡Llamen a un policía! (Sale.) ACTRIZ.- Después me dijeron que un hombre se apiadó de él y se le acercó cariñosamente. ACTOR 2.- (Entra.) ¿Se siente mal, amigo? No puede quedarse en cuatro patas. ¿Sabe cuántas cosas hermosas hay para ver, de pie, con los ojos hacia arriba? A ver párese... Yo le ayudo... Vamos, párese... ACTOR 1.- (Comienza a pararse, y de repente:) ¡Guau..., guau!... (Lo muerde.) ¡Guau..., guau!... (Sale.) ACTOR 3.- (Entra.) En fin, que cuando, después de dos años sin verlo, le preguntamos a su mujer.- "¿Cómo está?", nos contestó... ACTRIZ.- No sé. ACTOR 2.- ¿Está bien? ACTRIZ.- No sé. ACTOR 3.- ¿Está mal? ACTRIZ.- No sé. ACTORES 2 y 3 .- ¿Dónde está? ACTRIZ.- En la perrera. ACTOR 3.- Y cuando veníamos para acá, pasó al lado nuestro un boxeador... ACTOR 2.- Y nos dijeron que no sabía leer, pero que eso no importaba porque era boxeador. ACTOR 3.- Y pasó un conscripto... ACTRIZ.- Y pasó un policía... ACTOR 2.- Y pasaron..., y pasaron..., y pasaron ustedes. Y pensamos que tal vez podría importarles la historia de nuestro amigo... ACTRIZ.- Porque tal vez entre ustedes haya ahora una mujer que piense.- "¿No tendré..., no tendré...?" (Musita: "perro") ACTOR 3.- O alguien a quien le hayan ofrecido el empleo del perro del sereno... ACTRIZ.- Si no es así, nos alegramos. ACTOR 2.- Pero si es así, si entre ustedes hay alguno a quien quieran convertir en perro, como a nuestro amigo, entonces... Pero, bueno, entonces esa..., ¡esa es otra historia!

historia del hombre que se convirtió en perro por osvaldo dragún

personajes: -bernarda -maría josefa -angustias -magdelena -amelia -matirio -adela -la poncia

la casa de bernarda alba por federico garcia lorca

la sinestesia

la descripción de una experiencia sensorial en términos de otra

En el ensayo argumentativo Notas sobre el vasallaje por Arturo Uslar Pietri trata sobre los grandes polos de absorción que predominan sobre el mundo latinoamericano de nuestros días. Uno está constituido por la poderoso y múltiple influencia de la civilización de los Estados Unidos de América, que está presente y activa en todos los aspectos de la existencia colectiva y otro por el pensamiento. Y como la influencia norteamericana abarca más el campo de la vida ordinara, modas, usos y actitudes. Se ha ido fabricando un arquetipo humano que tiende a ser imitado en la vida real. Un hombre que usa cierto tipo de camisas y pantalones, que fuma ciertos cigarrillos y los enciende de determinada manera, que tienen modelos de caminar, tratar con las mujeres y que llega a creer en los avisos. La America Latina ha tendido a ser un mundo con características propias desde sus comienzos. Todo el complejo de ideas, ya viejas de cuatro siglos, centrado en torno al concepto de Nuevo Mundo lo revela así. El único remedio que para que America Latina encuentre sus propias ideas es enfrentarse con la más dura América nuestra y un buscarle la cara en insurgencia creadora. Este ensayo muestra como los países de America Latina tienen que dejar de imitar las maneras de países desarrollados como lo es Estados Unidos y países Europeos sino que estos países deben ser originales en sus ideas. El ensayista quiere informar al lector que por solo ser un país en desarrollo puede tener sus propias ideas que va a establecer su propia identidad y cultura

notas sobre el vasallaje por pietri

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes. A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre?, ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos "increíbles" del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres! Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país. Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador. En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con la mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las Universidades los gobernantes, si no hay Universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages: porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas. Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que había izado, en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota-de-potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra, desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de uno sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu. Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros -de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen- por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos. Pero "estos países se salvarán", como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni en el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja, y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide "a que le hagan emperador al rubio". Estos países se salvarán, porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real. Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. "¿Cómo somos?" se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Danzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. El tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio. De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una bomba de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o el que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encarar y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa, o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad. No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Zemí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!

nuestra américa por jose martí

ESCENA: Salón-comedor de casa modesta o apartamento. Los muebles son típicos de piso de alquiler: toscos, impersonales y baratos. La decoración escasa. En la habitación hay signos de mudanza reciente. Al encenderse la luz vemos a marta. Está arreglada y maquillada, aunque en su rostro hay huellas de cansancio. Abre su bolso de mano y busca un papel que coloca encima de la mesa del teléfono. Va a marcar pero se arrepiente y cuelga. Se sienta en el sofá al lado de una caja de cartón por la que asoma ropa que ella coloca delicadamente. (Suena el timbre de la puerta. marta se levanta, se pone el abrigo y se dirige a abrir.) (En el umbral de la puerta aparece gonzalo.) marta. —(Sin dejarle entrar.) ¿Qué quieres? gonzalo. —¿Cómo que qué quiero? Déjame pasar. marta. —¿Para qué? gonzalo. —Tenemos que hablar. marta. —Ahora no puedo. Tengo prisa. Iba a salir en este momento. (GONZALO empuja la puerta y se introduce dentro de la casa.) gonzalo. —Creo que me debes una explicación. marta. —¿Otra? No me quedan. gonzalo. —¿Dónde está Nunca? marta. —Tú sabrás. Estaba en tu casa. Tal vez se canso y salió a tomar el sol. gonzalo. —Ha desaparecido. Tú eres la única que tiene las llaves del piso y sabías que iba a estar dos días fuera. Te has llevado a la perra ¿no? marta. —(Mirando alrededor.) Llámala. Estará deseando verte. gonzalo. —(Abriendo las puertas de las habitaciones.) ¡Nunca! (Silba.) ¡Nunca! ¡Nunca, soy yo...! marta. —Ya lo ves. No está. gonzalo. —¿Dónde está la perra? No me voy a enfadar, Marta. Sólo quiero que me des una explicación. Me la has quitado. marta. —¿Me vas a denunciar? No te lo aconsejo. Vas a hacer un ridículo espantoso. (Se ríe.) Ya lo estoy viendo: marido agraviado denuncia a su esposa por secuestro de perrita cariñosa. (A carcajadas.) ¡Qué divertido!, ¿no? gonzalo. —No empieces a ponerme nervioso. Estoy intentando ser razonable. Te pido que no me hagas perder los estribos. marta. —Grita, grita. Es muy sano. Sé que lo necesitas. gonzalo. —(Levantando la voz.) ¡Deja de hablarme en ese tono! ¡Vas a conseguir que ocurra lo que estoy intentando evitar! ¿Dónde está la perra? marta. —Habla bajito, por favor. No me encuentro bien del todo. Llevo dos días sin salir de casa. Todavía estoy un poco... gonzalo. —¿Qué te pasa? marta. —Fiebre. He estado con cuarenta grados. gonzalo. —¿Te ha visto un médico? marta. —He tenido unos delirios terribles. Anteanoche me desperté gritando; soñé que te habías convertido en una araña roja... gonzalo. —(Preocupado.) ¡Cuándo tuviste los primeros síntomas? ¿Dolor? ¿inflamación? ¿Has tomado antitérmicos? ¿Quieres que te explore? marta. —No te preocupes, ya estoy bien. He tomado antibióticos y hoy ya no tengo fiebre. Por cierto, Gonzalo, cuando anestesiáis a un enfermo para operarle, ¿oye? gonzalo. —¿Cómo que si oye? Bueno, si es una anestesia de tipo quirúrgico, evidentemente no. marta. —¿Y si es superficial? ¿Si es superficial, escucha lo que pasa a su alrededor? gonzalo. —Pues... sí, pero, ¿por qué me preguntas eso? marta. —No, era una imagen. Cuando deliraba con la fiebre me sentía como anestesiada. (Pausita.) Pero lo oía todo. gonzalo. —Te noto cansada. No deberías estar sola. marta. —¿A qué hora ha llegado tu tren? Te esperaba antes. Te has retrasado diez minutos. Llegaste a Chamartin a las seis y media ¿no? gonzalo. —¿Por qué lo sabes? marta. —Te esperaba. gonzalo. —Sabías que iba a venir por la perra, claro. Estas reconociendo que te la llevaste. marta. —La recuperé. Abrí la puerta y vino corriendo hacia mí. "Ah, no", le dije yo, y le expliqué claramente su situación. Entonces ella decidió libremente que prefería vivir conmigo. Te aseguro que no la coaccioné. gonzalo. —Me desconciertas, Marta. No sé si es que estás desarrollando un nuevo sentido del humor o es que te estás quedando conmigo. marta. —(Con sorna.) No, no tengo ningún interés en quedarme contigo. Tengo prisa. gonzalo. —Escúchame. Vamos a hablar como personas civilizadas. Nos estamos jodiendo la vida demasiado el uno al otro. Esto no tiene sentido. marta. —(Mostrándole un poster.) ¿Qué te parece si pongo este cartel en esa pared? Está todo tan feo... gonzalo. —¡He venido a hablar contigo! marta. —¿Me vas a dar el piano? El piano era de mi padre, me lo regalo a mí. gonzalo. —¡Cállate! Quiero... estoy jodido, Marta. ¿No te das cuenta? marta. —(Le mira fijamente.) Ya lo sé. No soportas sentirte abandonado. Te pone enfermo. Pues deberías tranquilizarte, porque es mentira; tú me dejaste primero y después yo... me fui. gonzalo. —Yo nunca te he dejado. Eso no es verdad. marta. —No, claro, sólo trabajabas tanto... Pues estás mejor ahora. Al menos no me hablas de sístoles y diástoles. gonzalo. —No te entiendo. marta. —No pretendo que me entiendas a estas alturas. Soy un poco... paranoica, pero no gilipollas. gonzalo. —Yo siempre te he tenido en mente. marta. —Me has tenido en casa. Tengo un vecino que dice que lo mejor de estar casado es no tener que preocuparse de pasear a la novia. gonzalo. —¿Por qué no me lo dijiste? marta. —No ha sido grave. Ya sabes que mis fiebres son psicosomáticas. gonzalo. —¿Por qué no me dijiste que me estabas poniendo los cuernos? marta. —¡Qué expresión más desacertada! ¿Tú sabes de dónde viene? Nunca he conseguido averiguar el significado. gonzalo. —Si al menos te hubieras enrollado con ese gilipollas discretamente... pero no, tenías que subirle a casa. Que te viera el portero. marta. —-Jamás lo hicimos en nuestra cama. gonzalo. —¡Eso es lo de menos! Ya te he dicho que lo que no soporto es... ¡Me siento traicionado! marta. —Gonzalito, déjalo ¿quieres? Se me hace muy aburrido... No nos entendemos. La gente no se puede comunicar con todo el mundo, es normal. Es una cuestión de ondas... La tuya y la mía chocan y ¡plaf! caos, caos, caos... gonzalo. —¿Sigues con él? marta. —No. Estoy intentando encontrar la paz. gonzalo. —Ya sabía yo que era un ************. Me alegro de que, al menos, te hayas dado cuenta. marta. —Estaba hablando del caos. gonzalo. —O sea, que sigues viéndole. marta. —Qué más da. gonzalo. —Sabes que no me da igual. marta. —No estoy con nadie. Ya te he dicho que necesito estar sola. gonzalo. —¿Hasta cuándo? marta. —Hasta que olvide y vuelva a creer en cosas imposibles. gonzalo. —Necesito que vuelvas a casa. Esto es absurdo. marta. —Es totalmente absurdo. Me ha costado mucho tomar esta decisión pero ya esta, ya la he tornado. gonzalo. —Tienes que volver. No me acostumbro a estar solo. marta. —Es una cuestión de aprendizaje. gonzalo. —Marta, yo te quiero. Te juro que te quiero. marta. —Ya lo sé. Me enseñaste algo que no conocía... gonzalo. —Vuelve a casa. Podemos arreglar las cosas... marta. —Me enseñaste lo insólito del amor: la destrucción. gonzalo. —Quiero seguir viviendo contigo. Creo que no está todo perdido... marta. —Puede ser que la destrucción sea parte del amor... gonzalo. —Mira, Marta, he estado pensando mucho en nosotros, sé que soy un tío jodido pero... voy a hacer un esfuerzo por salvar nuestra relación. marta. —Sí, eres muy jodido y bastante sordo. gonzalo. —Tienes que comprenderme. Sabes que tengo muchas responsabilidades. Estoy luchando para que me den la plaza de Jefe de Servicio. Tengo treinta camas a mi cargo. Me paso diez horas diarias en el quirófano... marta. —¡No! Lo de siempre no, por favor. Sueño con personas deformes, con extracorpóreas, transfusiones, ecocardiogramas.... tic-tac, tic-tac, tic-tac, corazones que nunca se paran. gonzalo. —Lo hago por nosotros, por nuestros hijos. Quiero ganar dinero para que vivamos bien... marta. —Eso es interesante. ¡Suerte! Nos equivocamos; yo necesito otras cosas y tú otra mujer. gonzalo. —No me hagas perder la paciencia. He decidido que te perdono... que te comprendo. Sé que estás un poco... desequilibrada y sé también que yo, en parte, soy responsable. Vamos a ayudarnos. Si no me echas una mano no voy a conseguir sacar la plaza. marta. —¡Me importa un carajo! ¡Dios, toda la vida con el mismo rollo! gonzalo. —¡No me quieres escuchar! marta. —No. gonzalo. —No tienes interés en hablar conmigo, ¿no? marta. —Sí. gonzalo. —¿Sí? marta. —Sí que no, que no tengo interés. gonzalo. —¿Vas a volver a casa? marta. —No. gonzalo. —Te advierto que no te lo voy a pedir más. marta. —Te lo agradezco. Tengo prisa. gonzalo. —Es tu última oportunidad. marta. —No la quiero. gonzalo. —Es increíble el resentimiento que tienes. Estás enferma. marta. —Sí, me provocas palpitaciones. gonzalo. —¡No te consiento que me hables así! marta. —Me tengo que ir. gonzalo. —¿A dónde? marta. —Vete, Gonzalo. Lárgate de mi casa. No te he invitado a venir. gonzalo. —Estábién, tú lo has querido. He venido aquí por algo... marta. —Por algo que no está. (Mira su reloj.) ¡Dios mío, las ocho menos once minutos! (Se dirige hacia la puerta. gonzalo se pone delante para no dejarla salir.) gonzalo. —Tú no sales de aquí hasta que no me digas dónde está la perra. marta. —Quítate de ahí. Tengo algo muy urgente que hacer. gonzalo. —Devuélveme lo que me has robado. marta. —¡Es mía! Yo la he criado, la he cuidado cuando estuvo enferma... gonzalo. —Eso es una chorrada. Yo la sacaba a mear... marta. —¡Mentira! Yo le daba de comer, le hacía todo... gonzalo. —¿Quién la pagó? marta. —Tú no compras nada, imbécil. Nada que esté vivo. ¡Y quítate de ahí...! gonzalo. —¿Dónde está la perra? marta. —(Después de una pausa.) ¿Quieres saber dónde está? ¿Quieres que te lo diga? En la Perrera Municipal. gonzalo. —¿Que la has metido en la Perrera? marta. —De tu casa a la Perrera directamente. ¿Qué te crees? ¡Que iba a estar aquí esperándote? gonzalo. —¡Eres una ************...! marta. —Y no te molestes en ir a buscarla porque no te la van a dar. Tengo un papel en el que consta que yo soy su dueña y sólo entregando ese resguardo te la dan. gonzalo. —¡Dame ese papel ahora mismo! marta. —¡Me has quitado todo pero a la perra no la vuelves a ver! (marta intenta salir de nuevo. gonzalo la agarra.) marta. —¡Déjame salir! ¡Tengo que irme! gonzalo—¡El papel...! marta. —Esta tarde termina el plazo para ir a recogerla. La perrera la cierran a las ocho. Me quedan ocho minutos. (Histérica.) ¡Ocho minutos! gonzalo. —¿Para qué? marta. —Me dieron setenta y dos horas. Si no voy ahora mismo y cierran, la sacrifican esta noche. gonzalo. —¡Eso es mentira! marta. —¡Te lo juro por Dios! (Llorando.) He estado enferma y sola. No he podido salir a la calle antes.... Cuando has llegado me iba a buscarla. Por favor, te lo suplico, déjame salir. ¡No me queda tiempo! gonzalo. —No. (marta se lanza hacia él y le golpea.) marta. —¡************! ¡Eres un...! ¡La van a matar por tu culpa! gonzalo. —Por la tuya. Fuiste tú quien la llevó al matadero. marta. —(Suplicante.) Todavía tengo tiempo. La Perrera está aquí al lado... Quedan cuatro minutos... gonzalo. —No. marta. —(Le entrega el resguardo.) Toma, vete tú. Corre, yo te digo dónde... gonzalo. —No. marta. —¿Cómo? ¿No vas a ir? gonzalo. —Los caprichos de loca hay que pagarlos. (Lee el papel y mira el reloj.) Se acabo, ya no hay tiempo. marta. —Eres tú. Lo veo tan bien, tan claro... Siento cierta felicidad por no haberme equivocado. Eres depreciable. Eres una araña roja; te has comido mis raíces, mis hojas..., has matado a mi perra... gonzalo. —Tú la has matado. Estás loca, Marta. Y sólo por orgullo... marta. —Sólo por odio. gonzalo. —Estás más grave de lo que pensaba. marta. —Puede sentirse satisfecho con su trabajo, doctor. gonzalo. —Las ocho. marta. —Adiós. gonzalo. —Un momento, tengo que cerciorarme. (Se dirige al teléfono.) marta. —¿Qué vas a hacer? gonzalo. —Llamar a la perrera. marta. —(Señalando el resguardo.) El teléfono viene ahí. (gonzalo marca el número. Espera y cuelga.) gonzalo. —Han cerrado. (Satisfecho.) Tu perrita ya... (Hace un gesto de inyectar y rompe el papel en pedazos. marta se derrumba.) Adiós. (Sale.) (marta mira hacia la puerta. Después de unos segundos de angustia comienza a reírse a carcajadas. Corre hacia una caja de embalaje, la abre y sale nunca desperezándose.) marta. —(Sorprendida.) ¿Ya estás despierta? Pobrecita... Muy bien, te has portado estupendamente. (Le da algo de comer.) ¿Has oído, Nunca? Necesitaba que lo oyeras todo, que supieras como es tu padre. Bueno, ya te vas a ir espabilando... Sólo ha sido un sueñecito. (Saca una jeringuilla de la caja.) La culpa es de Gonzalo; esto era suyo. (La tira con desprecio.) (¿Has visto como todo ha salido bien? Le conozco tanto... Sabes, yo misma me creía que era verdad; casi me muero. Pero ya se acabó, ya no volverá a molestarnos... por lo menos a ti, ¿nos vamos a la calle? Hale... (NUNCA mueve el rabo contenta. marta coge la cadena. Salen.) resguardo personal por paloma pedrero

resguardo personal por paloma pedrero

la perífrasis

rodeo de palabras

La india mexicana tiene una silueta llena de gracia. Muchas veces es bella, pero de otra belleza que aquella que se ha hecho costumbre en nuestros ojos. Su carne, sin el sonrosado de las conchas, tiene la quemadura de la espiga bien laminada de sol. El ojo es de una dulzura ardiente; la mejilla d e fino dibujo; la frente, mediana como ha de ser la frente femenina; los labios, ni inexpresivamente delgados ni espesos; el acento dulce y con dejo de pesadumbre; como si tuviese siempre una gota ancha de llanto en la hondura de la garganta. Rara vez es gruesa la india; delgada y ágil, va con el cántaro a la cabeza o contra el costado, o con el niño pequeño como el cántaro, a la espalda. Como en su compañero, hay en el cuerpo de ella lo acendrado del órgano en una loma. La línea sencilla y bíblica se la da el rebozo. Angosto, no le abulta el talle con gruesos pliegues, y baja como una agua tranquila por la espalda y las rodillas. Una desflecadura de agua le hace también a los extremos. El fleco, muy bello; por alarde de hermosura, es muy largo y está exquisitamente entretejido. Casi siempre lo lleva de color azul y jaspeado de blanco: es como el más lindo huevecillo pintado que yo he visto. Otras veces está veteado con pequeñas rayas de color vivo. La ciñe bien: se parece esa ceñidura a la que hace en torno del tallo grueso del plátano, la hoja nueva y grande, antes de desplegarse. Lo lleva a veces puesto desde la cabeza. No es la mantilla coqueta de muchos picos, que prende una mariposa oscura sobre los cabellos rubios de la mujer, ni es el mantón floreado que se parece al tapiz espléndido de la tierra tropical: el rebozo se apega sobriamente a la cabeza. Con el rebozo, la india ata sin dolor, lleva blandamente a su hijo a la espalda. Es la mujer antigua, no emancipada del hijo. Su rebozo lo envuelve como lo envolvió, dentro de su vientre, un tejido delgado y fuerte hecho con su sangre. Lo lleva al mercado del domingo. Mientras ella vocea, el niño juega con los frutos o las baratijas brillantes. Hace con él a cuestas, las jornadas más largas; quiere llevar siempre su carga dichosa. Ella no ha aprendido a liberarse todavía... La falda es generalmente oscura. Sólo en algunas regiones, en la tierra caliente, tienen la coloración jubilosa de la jícara. Se derrama entonces la falda, cuando la levanta para caminar, en un abanico cegador... Hay dos siluetas femeninas, que son formas de corolas: la silueta ancha, hecha por la falda de grandes pliegues y la blusa abollonada: es la forma de la rosa abierta; la otra se hace con la falda recta y la blusa simple: es la forma del jazmín, en que dominan el pecíolo largo. La india casi siempre tiene esta silueta afinada. Camina y camina, de la sierra de Puebla o de la huerta de Uruapan hacia las ciudades; va con los pies desnudos, unos pies pequeños que no se han deformado con las marchas. (Para el azteca, el pie grande era signo de raza bárbara). Camina, cubierta bajo la lluvia y en el día despejado con las trenzas lozanas y oscuras en la luz, atadas en lo alto. A veces se hace, con lanas de color, un glorioso penacho de guacamaya. Se detiene en medio del campo, y yo la miro. No es el ánfora: sus caderas son finas; es el vaso, un dorado vaso de Guadalajara con la rejilla bien lamida por la llama del horno, por su sol mexicano. A su lado suele caminar el indio: la sombra del sombrero inmenso cae sobre el hombre de la mujer y la blancura de su traje es un relámpago de luz sobre el campo. Van silenciosos por el paisaje lleno de recogimiento; cruzan de tarde en tarde una palabra de la que recibo la dulzura sin comprender el sentido. Habrían sido una raza gozosa: los puso Dios, como a la primera pareja humana, en un jardín: su país bellísimo. Pero cuatrocientos años esclavos les han desteñido la misma gloria de su sol y de sus frutas; les han hecho la arcilla de sus caminos, que se suave, sin embargo, como pulpas derramadas... Y esa mujer que no han alabado los poetas, con su silueta asiática, ha de ser semejante a la Ruth moabita que también labraba y que tenía atezado el rostro de las mil siestas sobre la parva...

silueta de la india mexicana por gabriel mistral

la paradoja

una antítesis superada

la antítesis

una contraposición de conceptos

La alegoría

una metáfora continuada a lo largo de una composición literario ie. el gran teatro del mundo

la anáfora

una repetición de palabras al principio de un verso o al principio de frases semejantes

el epíteto

usa un adjetivo que no es necesario para describir la palabra

el polisíndeton

usar más conjunciones de las necesarias para dar a la frase una mayor solemnidad

-los sociologos creen que los demandios hijos causan problemas -los politicos es una mezcla de los ninos son una problema o no -los economistas hay mas gente y no hay recursos suficiente asi es una problema -los religiosos ser padre y madre es naturaleza -estes perspectivas representa este tema que lo es complicado y cada groupo tiene una perspectiva diferente -ella dice los nino son creatura y persona no son los numeros y donde esta la opinian de los madres - el nino representa un numero -ninos para ella son personas que son vivir y no son un numero -la madre representa siempre piensa en otro personas, tiene mucho respecto - el dia de madre es uno dia que hice nada pero todos los otros dias las madres hacen todos -la relacion de la madre y nino es muy cerca porque la madre conoce el nino antes de nacer -compra un nino y un animal- tener es un instincto pero alguna padres no tienen unos ninos -madres deben sentir ser un madre si quiere, pero necesita la opinion de las madres primer no los otros groupos

y las madres, ¿qué opinan? por castellanos


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