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El nacimiento de la col
- Eres bella. - Lo soy - dijo la rosa. - Bella y feliz - prosiguió el diablo --. Tienes el color, la gracia y el aroma. Pero... - ¿Pero? - No eres ùtil. ¿No miras esos altos árboles llenos de bellotas? Ésos, a mas de ser fondosos, dan alimento a muchedumbres de seres animados que se detienen bajo sus rams. Rosa, ser bella es poco.
Bernardino
- Ese Bernardino es un pez - decía mi hermano -. No le da a <<Chu>> ni una palmada en la cabeza. ¡No sé cómo <<Chu>> le quiere tanto! Ojalá que <<Chu>> fuera mío. . .
Bernardino
- Ya veremos - dijo Mariano, sonriendo despacito-. Algo bueno se nos presentará un día, digo yo. Se la vamos a armar. Están ya en eso Lucas Amador, Gracianín y el Buque. . .¿Queréis vosotros? Mi hermano se puso colorado hasta las orejas: - No sé - dijo-. ¿Qué va a ser? - Lo que se presente - contestó Mariano, mientras sacudía el agua de sus alpargatas, golpeándolas contra la roca -. Se presentará, ya veréis.
La camisa de Margarita
-- Ni un alfiler. Si no consiente, vamos a dejarlo y que se muera la chia. -- Sea usted razonable, don Honorato. Mi hija necesita llevar siquiera una camisa para reemplazar la otra -- Bien; consiento en eso para que no me acuse de obstinado. Consiento en que le regale la camisa de novia, y nada más.
La camisa de Margarita
--No puede ser -- contestó fríamente el tío --. Mi sobrino es muy pobre, y lo que usted debe buscar para su hija es un rico. El diálogo fue violento. Mientras más rogaba don Raimundo, más orgulloso y rabioso se ponía el aragonés.
Bernardino
-Ahí tienes a "Chu", Bernardino -dijo Mariano-. Le vamos a dar de veras. Bernardino seguía quieto, como de piedra. Mi hermano, entonces, avanzó hacia Mariano. -¡Suelta al perro! -le dijo-. ¡Lo sueltas o...! -Tú, quieto -dijo Mariano, con el junco levantado como un látigo-. A vosotros no os da vela nadie en esto... ¡Como digáis una palabra voy a contarle a vuestro abuelo lo del huerto de Manuel el Negro!
Bernardino
-Ese pavo... -decía mi hermano pequeño-. Vaya un pavo ese... Y, la verdad, a qué negarlo, nos roía la envidia. Una tarde en que mi abuelo nos llevó a "Los Lúpulos" encontramos a Bernardino raramente inquieto. -No encuentro a "Chu" -nos dijo-. Se ha perdido, o alguien me lo ha quitado. En toda la mañana y en toda la tarde que no lo encuentro... -¿Lo saben tus hermanas? -le preguntamos. -No -dijo Bernardino-. No quiero que se enteren...
El nacimiento de la col
En el paraíso terrenal, en el día luminoso en que las flores fueron creadas, y antes de que Eva fuese tentada por la serpiente, el maligno espíritu se acercó a la más linda rosa nueva en el momento en que ella tendía, a la caricia del celeste sol, la roja virginidad de sus labios.
Cajas de cartón
En señor Lema, el maestro de sexto grado, me saludó cordialmente, me asignó un pupitre, y me presentó a la clase. Estaba tan nervioso y tan asustado en ese momento cuando todos me miraban que deseé estar con Papá y Roberto pizcando algodón. Después de pasar la lista, el señor Lema le dio a la clase la asignatura de la primera hora.
La camisa de Margarita
En una procesión conoció Alcázar a la linda Margarita. La muchacha le llenó el ojo y le flechó el corazón. Él le echó flores, y aunque ella no le contestó ni sí ni no, le dijo con sonrisas y demás armas del arsenal femenino que le gustaba. Y la verdad es que se enamoraron locamente.
Cajas de cartón
Era a fines de agosto. Al abrir la puerta de nuestra chocita me detuve. Vi que todo lo que nos pertenecía estaba empacado en cajas de cartón. De repente sentí aún más el peso de las horas, los días, las semanas, los meses de trabajo. Me senté sobre una caja, y se me llenaron los ojos de lágrimas al pensar que teníamos que mudarnos a Fresno.
Cajas de cartón
Era a fines de agosto. Ito, el contratista, ya no sonreía. Era natural. La cosecha de fresas terminaba, y los trabajadores, casi todos braceros, no recogían tantas cajas de fresas como en los mese de junio y julio.
Cajas de cartón
Era lunes, la primera semana de noviembre. La temporada de uvas se había terminado y ya podía ir a la escuela. Me desperté temprano esa mañana y me quedé acostado mirando las estrellas y saboreando el pensamiento de no ir a trabajar y de empezar el sexto grado por primera vez ese año.
Bernardino
Era muy callado, y casi siempre tenía un aire entre asombrado y receloso, que resultaba molesto. Acabábamos jugando por nuestra cuenta y prescindiendo de él, a pesar de comprender que eso era bastante incorrecto.
Cajas de cartón
Esa noche no pude dormir, y un poco antes de las cinco de la madrugada Papá, que a la cuenta tampoco había pegado los ojos en toda la noche, nos levantó. A pocos minutos los gritos alegres de mis hermanitos, para quienes la mudanza era un a gran aventura, rompieron el silencio del amanecer. El ladrido de los perros pronto los acompañó.
Cajas de cartón
Esa noche, a la luz de una lámpara de petróleo, desempacamos las cosas y empezamos a preparar la habitación para vivir. Roberto, enérgicamente se puso a barrer el suelo; Papá lleno los agujeros de las paredes con periódicos viejos y con hojas de lata. Mamá les dio de comer a mis hermanitos. Papá y Roberto entonces trajeron el colchón y lo pusieron en una de las esquinas del garaje. <<Viejito>>, dijo Papá, dirigiéndose a Mamá, <<tú y los niños duerman en el colchón, Roberto, Panchito, y yo dormiremos bajo los árboles.>>
Cajas de cartón
Ese día casi no podía esperar el momento de legar a casa y contarles las nuevas a mi familia. Al bajar del camión me encontré con mis hermanitos que gritaban y brincaban de alegría. Pensé que era porque yo había llegado, pero al abrir la puerta de la chocita, vi que todo estaba empacado en cajas de cartón. . .
Cajas de cartón
Estaba nerviosísimo cuando el camión se paró delante de la escuela. Miré por la ventana y vi una muchedumbre de niños. Algunos llevaban libros, otro juguetes. Me bajé del camión, metí las manos en los bolsillos, y fui a la oficina del director. Cuando entré oí la voz de una mujer diciéndome: <<May I help you?>>
Bernardino
Esto nos armó aún más confusión. Bernardino, para nosotros, seguía siendo un ser extraño, distinto. Las tardes que nos llevaban a <<Los Lúpulos>> nos vestían incómodamente, casi como en la ciudad, y debíamos jugar a juegos necios y pesados, que no nos divertían en absoluto. Se nos prohibía bajar al río, descalzarnos y subir a los árboles.
Sala de Espera
Fastidiado, Costa finge con un bostezo que tiene sueño y que va a dormir, pero oye que la señora continúa conversando. Abre entonces los ojos y ve, sentado a la derecha, el fantasma de Wright.
Apocalipsis
La extinción de la raza de los hombres se sitúa aproximadamente a fines del siglo XXXII. La cosa ocurrió así: las máquinas habían alcanzado tal perfección que los hombre ya no necesitaban comer ni dormir ni hablar ni leer ni escribir ni pensar ni hacer nada.
El nacimiento de la col
La rosa entonces -- tentada como después lo sería la mujer -- deseó la utilidad, de tal modo que hubo palidez en su púrpura. Pasó el buen Dios después del alba siguiente. - Padre - dijo aquella princesa floral, temblando en su perfumada belleza --, ¿queréis hacerme útil? - Sea, hija mía -- contestó el Señor, sonriendo . Y entonces vio el mundo la primera col
Sala de Espera
La señora atraviesa a Costa de lado a lado con la mirada y charla con el fantasma, quien contesta con simpatía. Cuando llega el tren, Costa trata de levantarse, pero no puede. Está paralizado, mudo y observa atónito cómo el fantasma toma tranquilamente la valija y camina con la señora hacia el andén, ahora hablando y riéndose.
Apocalipsis
Las máquinas terminaron por ocupar todos los sitios disponibles. No se podía dar un paso ni hacer un ademán sin tropezarse con una de ellas. Finalmente los hombres fueron eliminados. Como el último se olvidó de desconectar las máquinas, desde entonces seguimos funcionando.
Cajas de cartón
Las parras tapaban las uvas y era muy difícil ver los racimos. <<Vámonos>>, dijo Papá señalándonos que era hora de irnos. Entonces tomó un lápiz y comenzó a figurar cuánto habíamos ganado ese primer día. Apuntó números, borró algunos, escribió más. Alzó la cabeza sin decir nada. Sus tristes ojos sumidos estaban humedecidos.
La camisa de Margarita
Las viejas de Lima, cuando quieren protestar el alto precio de un artículo, dicen: <<Qué! Si esto es más caro que la camisa de Margarita Pareja.>> Yo tenía curiosidad de saber quién fue esa Margarita cuya camisa era tan famosa, y en un periódico de Madrid encontré un artículo que cuenta la historia que van ustedes a leer.
Apocalipsis
Les bastaba apretar un botón y las máquinas lo hacían todo por ellos. Gradualmente fueron desapareciendo las mesas, las sillas, las rosas, los discos con las nueve sinfonías de Beethoven, las tiendas de antigüedades, los vinos de Burdeos, las golondrinas, los tapices flamencos, todo Verdi, el ajedrez, los telescopios, las catedrales góticas, los estadios de fútbol, la Piedad de Miguel Ángel, los mapas, las ruinas del Foro Trajano, los automóviles, el arroz, las sequoias gigantes, el Partenón
La camisa de Margarita
Llegó por entonces de España un arrogante joven, hijo de Madrid, llamado don Luis Alcázar, que tenía en Lima un tío solterón muy rico y todavía más orgulloso. Por supuesto que, mientras le llegaba la ocasión de heredar al tío, vivía nuestro don Luis tan pobre como una rata.
Bernardino
Los chicos del pueblo y los de las minas lo tenían atravesado. Un día, Mariano Alborada, el hijo de un capataz, que pescaba con nosotros en el rīo a las horas de la siesta, nos dijo: - A ese Bernardino le vamos a armar una -¿Qué cosa? - dijo mi hermano, que era el que mejor entendía el lenguaje de los chicos del pueblo
Leyenda
Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre.
La camisa de Margarita
Los recién casados hicieron creer al tío aragonés que la camisa no era cosa de gran valor; porque don Honorato era tan testarudo que al saber la verdad habría forzado al sobrino a divorciarse. Debemos convenir en que fue muy merecida la fama que tuvo la camisa nupcial de Margarita Pareja.
La camisa de Margarita
Margarita Pareja era, en 1765, la hija favorita de don Raimundo Pareja, colector general del Callao. La muchacha era una de esas limeñitas que por su belleza cautivan al mismo diablo. Tenía un par de ojos negros que eran como dos torpedos cargados con dinamita y que hacían explosión en el corazón de todos las jóvenes de Lima.
La camisa de Margarita
Margarita, que era muy nerviosa, gritó y se arrancó el pelo, perdía colores y carnes y hablaba de meterse monja. -¡O de Luis o de Dios! - gritaba cada vez que se ponía nerviosa, lo que ocurría cada hora. El padre se alarmó, llamó varios médicos y todos declararon que la cosa era seria y que la única medicina salvadora no se vendía en la botica. O casarla con el hombre que quería o enterrarla. Tal fue el ultimátum médico.
Bernardino
Mariano y los otros echaron a correr, con un trotecillo menudo, por el camino. Nosotros les seguimos, también corriendo. Primero que ninguno iba Bernardino.
Cajas de cartón
Me sobresalté. Nadie me había hablado inglés desde hacía meses. Por varios segundos me quedé sin poder contestar. Al fin, después de mucho esfuerzo, conseguí decirle en inglés que me quería matricular en el sexto grado. La señora entonces me hizo una serie de preguntas que me parecieron impertinentes. Luego me llevó a la sala de casa.
Bernardino
Mi hermano dijo: -¿Habéis visto a "Chu"? Mariano asintió con la cabeza: -Sí, lo hemos visto. ¿Queréis venir? -Bernardino avanzó, esta vez delante de nosotros. Era extraño: de pronto parecía haber perdido su timidez. -¿Dónde está "Chu"? -dijo. Su voz sonó clara y firme.
Bernardino
Mi hermano retrocedió, encarnado. También yo noté un gran sofoco, pero me mordí los labios. Mi hermano pequeño empezó a roerse las uñas. -Si nos das algo que nos guste -dijo Mariano- te devolvemos a "Chu". -¿Qué queréis? -dijo Bernardino. Estaba plantado delante, con la cabeza levantada, como sin miedo. Le miramos extrañados. No había temor en su voz.
Cajas de cartón
Mientras empacábamos los trastes del desayuno. Papá salió para encender la <<Carcanchita>> Ése era el hombre que Papá le puso a su viejo Plymouth negro del año '38. Lo compró en una agencia de carros usados en Santa Rosa en el invierno de 1949. Papá estaba muy orgulloso de su carro. Tenía derecho a sentirse así. Antes de comprarlo, pasó mucho tiempo mirando otros carros.
Cajas de cartón
Mientras nos alejábamos, se me hizo un nudo en la garganta. Me volví y miré nuestra chocita por última vez.
Cajas de cartón
Muy tempranito por la mañana al día siguiente, el señor Sullivan nos enseñó donde estaba su cosecha y, después del desayuno, Papá, Roberto y yo nos fuimos a la viña a pizcar.
Bernardino
Recorrimos el borde del terraplén y luego bajamos al río. Todo el rato íbamos llamando a "Chu", y Bernardino nos seguía, silbando de cuando en cuando. Pero no lo encontramos.
Cajas de cartón
Roberto trazaba diseños en la tierra con un palito. De pronto vi palidecer a Papá que miraba hacia el camino. <<Allá viene el camión de la escuela>>, susurró alarmado. Instintivamente, Roberto y yo corrimos a escondernos entre las viñas. El camión amarillo se paró frente a la casa del señor Sullivan.
Bernardino
Si alguna vez nos lo reprochó el abuelo, mi hermano mayor decía: -- Ese chico mimado...No se puede contar con él.
Bernardino
Si: se presentó. Claro que a nosotros nos cogió desprevenidos, y la verdad es que fuimos bastante cobardes cuando llegó la ocasión. Nosotros no odiamos a Bernardino, pero no queríamos perder la amistad con los de la aldea, entre otras cosas porque hubieran hecho llegar a oídos del abuelo andanzas que no deseábamos que conociera. Por otra parte, las escapadas con los de la aldea eran una de las cosas más atractivas de la vida en las montañas.
Bernardino
Siempre oímos decir en casa, al abuelo y a todas las personas mayores, que Bernardino era un niño mimado.
Cajas de cartón
Solamente podía oír el zumbido de los insectos. Poco a poco me empecé a recuperar. Me eché agua en la cara y en el cuello y miré el lodo negro correr por los brazos y caer a la tierra que parecía hervir.
Sala de Espera
Suben, y el tren parte. Costa los sigue con los ojos. Viene un hombre y comienza a limpiar la sala de espera, que ahora está completamente desierta. Pasa la aspiradora por el asiento donde está Costa, invisible.
Cajas de cartón
Sujeté abierta la puerta de la chocita mientras Mamá sacó cuidadosamente su ola, agarrándola por las dos asas para no derramar los frijoles cocidos. Cuando llegó al carro, Papá tendió las manos para ayudarle con ella. Roberto abrió la puerta posterior del carro y Papá puso la olla con mucho cuidado en el piso detrás del asiento. Todos subimos a la <<Carcanchita>>. Papá suspiró, se limpió el sudo de la frente con las mangas de la camisa, y dijo con cansancio: <<Es todo.>>
Apocalipsis
Sólo había máquinas. Después los hombres empezaron a notar que ellos mismos iban desapareciendo paulatinamente y que en cambio las máquinas se multiplicaban. Bastó poco tiempo para que el número de los hombres quedase reducido a la mitad y el de las máquinas se duplicase.
Cajas de cartón
Todavía me sentía mareado a la hora del almuerzo. Eran las dos de la tarde y nos sentamos bajo un árbol grande de nueces que estaba al lado del camino. Papá apuntó el numero de cajas que habíamos pizcado.
Cajas de cartón
Todo estaba empacado menos la olla de Mamá. Era una olla vieja y galvanizada que había comprado en una tienda de segunda en Santa María el año en que yo nací. La olla estaba llena de abolladuras y mellas, y mientras más abollada estaba, más le gustaba a Mamá. <<Mi olla>> la llama orgullosamente.
Bernardino
Todo esto parecía tener una sola explicación para nosotros: --Bernardino es un niño mimado -- nos decíamos. Y no comentábamos nada más.
Cajas de cartón
Un viernes durante la hora del almuerzo, el señor Lema me invitó a que lo acompañara a la sala de música. <<¿Te gusta la música?>> me preguntó. <<Sí, muchísimo>>, le contesté entusiasmado, <<me gustan los corridos mexicanos.>>
Sala de Espera
Va a la estación para escaparse en el primer tren. En la sal de espera, una señora se sienta a su izquierda y le da conversación.
Bernardino
Verdaderamente no creo que entonces supiéramos bien lo que quería decir estar mimado. En todo caso, no nos atraía, pensando en la vida que llevaba Bernardino. Jamás salía de <<Los Lúpulos>> como no fuera acompañado por sus hermanos. Acudía a la misa o paseaba con ellas por el campo, siempre muy seriecito y apacible.
Bernardino
Vestían a la moda antigua -- habíamos visto mujeres vestidas como ellas en el álbum de fotografías del abuelo -- y se peinaban con moños levantados, como roscas de azúcar, en lo alto de la cabeza. Nos parecía extraño que un niño de nuestra edad tuviera hermanas que parecían tías, por lo menos.
La camisa de Margarita
Y don Raimundo Pareja cumplió literalmente su juramento, porque ni en vida ni en muerte dio después a su hija un solo centavo. Pero los encajes que adornaban la camisa de la novia costaron dos mil setecientos duros. Además el cordoncillo del cuello era una cadena de brillantes que valía treinta mil duros.
Cajas de cartón
Él cogió una trompeta, la tocó un poco y luego me la entregó. El sonido me hizo estremecer. Me encantaba ese sonido. <<¿Te gustaría aprender a tocar este instrumento?>>, me preguntó. Debió haber comprendido la expresión en mi cara porque antes que yo le respondiera, añadió. <<Te voy a enseñar a tocar esta trompeta durante las horas de almuerzo.
La camisa de Margarita
Éste, que era más orgulloso que el Cid, se llenó de rabia y dijo: -¡Que! ¡Desairar a mi sobrino! A muchas limeñas les encantaría casarse con el muchacho. No hay mejor que él en todo Lima. ¡Que insolencia! ¿Qué se cree ese maldito colectorcillo?
Bernardino
Íbamos ya a regresar, desolados y silenciosos, cuando nos llamó una voz, desde el caminillo del bosque: -¡Eh, tropa!... Levantamos la cabeza y vimos a Mariano Alborada. Detrás de él estaban Buque y Gracianín. Todos llevaban juncos en la mano y sonreían de aquel modo suyo, tan especial. Ellos sólo sonreían cuando pensaban algo malo.
Cajas de cartón
<<Lo primero que haremos esta mañana es terminar de leer el cuento que comenzamos ayer>>, dijo con entusiasmo. Se acercó a mí, me dio su libro y me pidió que leyera. <<Estamos en la página 125>>, me dijo. Cuando lo oí sentí que toda la sangre me subía a la cabeza; me sentí mareado. <<¿Quisieras leer?>>, me preguntó en un tono indeciso. Abrí el libro a la página 125. Mi boca estaba seca. Los ojos se me comenzaron a aguar. El señor Lema entonces le pidió a otro niño que leyera.
Bernardino
A <<Chu>> le adorábamos todos, y confieso que alguna vez, con muy mala intención, al salir de <<Los Lúpulos>> intentamos atraerlo con pedazos de pastel o terrones de azúcar, para ver si se venía con nosotros. Pero no: en el último momento <<Chu>> no dejaba con un palmo de narices, y se volvía saltando hacia su inexpresivo amito, que le esperaba quieto, mirándonos con sus redondos ojos de vidrio amarillo.
Cajas de cartón
A eso de las nueve, la temperatura había subido hasta cerca de cien grados. Yo estaba empapado de sudor y mi boca estaba tan seca que parecía como si hubiera estado masticando un pañuelo. Fui al final des surco, cogī la jarra de agua que habíamos llevado y comencé a beber. <<No tomes mucho; te vas a enfermar>>, me gritó Roberto, No había acabado de advertirme cuando sentí un gran dolor de estómago. Me caí de rodillas y la jarra se me deslizó de las manos.
Leyenda
A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.
Leyenda
Abel contesto: -¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo, aquí estamos juntos como antes. - Ahora sé que en verdad me has perdonado - dijo Caín--, porque olvida es perdonar. Yo trataré tambien de olvidar. Abel dijo despacio: -Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa.
Leyenda
Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos.
Bernardino
Al decir esto último se puso algo colorado. Mi hermano pareció sentirlo mucho más que él.-Vamos a buscarlo -le dijo-. Vente con nosotros, y ya verás como lo encontraremos. -¿A dónde? -dijo Bernardino-. Ya he recorrido toda la finca... -Pues afuera -contestó mi hermano-. Vente por el otro lado del muro y bajaremos al río... Luego, podemos ir hacia el bosque. En fin, buscarlo. ¡En alguna parte estará!
La camisa de Margarita
Al día siguiente don Raimundo y don Honorato fueron muy temprano a la iglesia de San Francisco para oír misa y, según el pacto, dijo el padre de Margarita: -- Juro no dar a mi hija más que la camisa de novia. Que Dios me condene si falto a mi palabra
Cajas de cartón
Al día siguiente, cuando me desperté, me sentía magullado; me dolía todo el cuerpo. Apenas podía mover los brazos y las piernas. Todas la mañanas cuando me levantaba me pasaba lo mismo hasta que mis músculos se acostumbraron a ese trabajo.
Cajas de cartón
Al ponerse el sol legamos a un campo de trabajo cerca de Fresno. Ya que Papá no hablaba inglés. Mamá le preguntó al capataz se necesitaba más trabajadores. <<No necesitamos a nadie>>, dijo él, rascándose la cabeza, <<pregúntele a Sullivan. Mire, siga este mismo camino hasta que llegue a una casa grande y blanca con una cerca alrededor. Allí viva él.>>
Bernardino
Alguna vez, el abuelo nos llevaba a <<Los Lúpulos>>, en la pequeña tartana, y, aunque el camino era bonito por la carretera antigua, entre castaños y álamos, bordeando el río, las tardes en aquella casa no nos atraían. Las hermanas de Bernardino eran unas mujeres altas, fuertes y muy morenas.
La camisa de Margarita
Aquí empezó nueva y más agitada discusión. -- Pero hombre -- arguyó don Raimundo -- mi hija tiene veinte mil duros de dote -- Renunciamos a la dote. La niña vendrá a casa de su marido nada más que con la ropa que lleve puesta. -- Concédame usted entonces darle los muebles y el ajuar de novia
La camisa de Margarita
Como los amantes olvidan que existan la aritmética, creyó don Luis que para casarse con Margarita su presente pobreza no sería obstáculo, y fue al padres y sin vacilar le pidió la mano de su hija. A don Raimundo no le gustó mucho la ida y cortésmente despidió al joven, diciéndole que Margarita era aún muy joven para tener marido, pues a pesar de sus dieciocho años todavía jugaba a las muñecas.
Cajas de cartón
Como no podía dormir, decidí levantarme y desayunar con Papá y Roberto. Me senté cabizbajo frente a mi hermano. No quería mirarlo porque sabía que él estaba triste. Él no asistiría a la escuela hoy, ni mañana, ni la próxima semana. No iría hasta que se acabara la temporada de algodón, y eso sería en febrero. Me froté las manos y miré la piel seca y manchada de ácido enrollarse y caer el suelo.
Cajas de cartón
El garaje estaba gastando por los años. Roídas por comejenes, las paredes apenas sostenían el techo agujereado. No tenía ventanas y el piso de tierra suelta ensabanaba todo de polvo.
La camisa de Margarita
El padre iba a retirarse sin esperanzas cuando intervino don Luis, diciendo: -- Pero tío, no es justo que matemos a quien no tiene la culpa. -- ¿Tú te das por satisfecho? -- De todo corazón, tío. -- Pues bien, muchacho, consiento en darte gusto; pero con una condición y es ésta: don Raimundo tiene que jurarme que no regalará un centavo a su hija ni le dejará un real en la herencia.
Cajas de cartón
El resto del mes pasé mis horas de almuerzo estudiando ese inglés con la ayuda del buen señor Lema.
Cajas de cartón
El señor lema estaba sentado en su escritorio. Cuando entré me miró sonriéndose. Me sentí mucho mejor. Me acerqué a él y le pregunté si me podía ayudar con las palabras desconocidas. <<Con mucho gusto>>, me contestó.
Bernardino
Bernardino dudó un momento. Le estaba terminantemente prohibido atravesar el muro que cercaba "Los Lúpulos", y nunca lo hacía. Sin embargo, movió afirmativamente la cabeza. Nos escapamos por el lado de la chopera, donde el muro era más bajo. A Bernardino le costó saltarlo, y tuvimos que ayudarle, lo que me pareció que le humillaba un poco, porque era muy orgulloso.
Bernardino
Bernardino era muy delgado, con la cabeza redonda y rubia. Iba peinado con un flequillo ralo, sobre sus ojos de color pardo, fijos y huecos, como si fueran de cristal. A pesar de vivir en el campo, estaba pálido, y también vestía de un modo un tanto insólito.
Bernardino
Bernardino tenía un perro que se llamaba <<Chu>>. El perro debía de querer mucho a Bernardino, porque siempre le seguía saltando y moviendo su rabito blanco. El nombre de <<Chu>> venía probablemente de Chucho, pues el abuelo decía que era un perro sin raza y que maldita la gracia que tenía. Sin embargo, nosotros le encontrábamos mil, por lo inteligente y simpático que era. Seguía muestros juegos con mucho tacto y se hacía querer en seguida.
Bernardino
Bernardino vivía con sus hermanas mayores, Engracia, Felicidad y Herminia, en <<Los Lúpulos>>, una casa grande, rodeada de tierras de labranza y de un hermoso jardín, con árboles viejos agrupados formando un diminuto bosque, el la parte lindante con el río. La finca se hallaba en las afueras del pueblo, y, como nuestra casa, cerca de los grandes bosques comunales.
Cajas de cartón
Cada día el número de braceros disminuía. El domingo sólo uno - el mejor pizcador - vino a trabajar. A mí me caía bien. A veces hablábamos durante nuestra media hora de almuerzo. Así es como aprendí que era de Jalisco, de mi tierra natal. Ese domingo fue la última vez que lo vi.
Sala De Espera
Costa y Wright Roban una casa. Costa asesina a Wright y se queda con la valija llena de joyas y dinero.
Cajas de cartón
Cuando Papá y Roberto se fueron a trabajar, sentí un gran alivio. Fui a la cima de una pendiente cerca de la choza y contemplé a la <<Carcanchita>> en su camino hasta que desapareció en una nube de polvo.
Cajas de Cartón
Cuando al fin escogió la <<Carcanchita>>, la examinó palmo a palmo. Escuchó el motor, inclinando la cabeza de lado a lado como un perico, tratando de detectar cualquier ruido que pudiera indicar problemas mecánicos. Después de satisfacerse con la apariencia y los sonidos del carro, Papá insistió en saber quién había sido el dueño. Nunca lo supo. pero compró el carro de todas maneras. Papá pensó que el dueño debió haber sido alguien importante porque en el asiento de atrás encontró una corbata azul.
Cajas de cartón
Cuando el sol se escondió detrás de las montañas., Ito nos señaló que era hora de ir a casa. <<Ya hes horra>> gritó en su español mocho. Ésas eran las palabras que yo ansiosamente esperaba doce horas al día, todos los días, siete días a la semana, semana tras semana, y el pensar que no las volvería a oír me entristeció.
Cajas de cartón
Cuando llegamos allí, Mamá se dirigió a la casa. Pasó por la cerca, por entre filas de rosales hasta llegar a la puerta. Tocó el timbre. Las luces del portal se encendieron y un hombre alto y fornido salió. Hablaron brevemente. Cuando el hombre entró en la casa, Mamá se apresuró hacia el carro. <<¡Tenemos trabajo! El señor nos permitió quedarnos allí toda la temporada>>, dijo un poco sofocada del gusto y apuntando hacia un garaje viejo que estaba cerca de los establos.
Cajas de cartón
Cuando regresamos del trabajo, nos bañamos afuera con el agua fría bajo una manguera. Luego nos sentamos a la mesa hecha de cajones de madera y comimos con hambre la sopa de fideos, las papas y tortillas de harina blanca recién hechas. Después de cenar nos acostamos a dormir, listos para empezar a trabajar a la salida del sol.
Cajas de cartón
Después del almuerzo volvimos a trabajar. El calor oliente y pesado, el zumbido de los insectos, el sudor y el polvo hicieron que la tarde pareciera una eternidad. Al fin las montañas que rodeaban el valle se tragaron el sol. Una hora después estaba demasiado obscuro para seguir trabajando.
La camisa de Margarita
Don Raimundo, olvidándose de capa y bastón, corrió como loco a casa de don Honorato y le dijo: --Vengo a que consienta usted en que mañana mismo se case su sobrino con Margarita, porque si no, la muchacha se nos va a morir.
Cajas de cartón
Dos horas más tarde, a eso de las ocho, esperaba el camión de la escuela. Por fin llegó. Subí y me senté en un asiento desocupado. Todos los niños se entretenían hablando o gritando.
Cajas de cartón
Dos niños muy limpiecitos y bien vestidos se apearon. Llevaban libros bajo sus brazos. Cruzaron la calle y el camión se alejó. Roberto y yo salimos de nuestro escondite y regresamos a donde estaba Papá. <<Tienen que tener cuidado,>> nos advirtió.
Cajas de cartón
Durante el recreo me llevé el libro al baño y lo abrí a la página 125. Empecé a leer en voz baja, pretendiendo que estaba en clase. Había muchas palabras que no sabía. Cerré el libro y volví a la sala de clase.
Cajas de cartón
Durante el resto de la hora me empecé a enojar más y más conmigo mismo. Debí haber leído, pensaba yo.
Bernardino
Efectivamente: ellos tenían a "Chu". Ya a la entrada del bosque vimos el humo de una fogata, y el corazón nos empezó a latir muy fuerte. Habían atado a "Chu" por las patas traseras y le habían arrollado una cuerda al cuello, con un nudo corredizo. Un escalofrío nos recorrió: ya sabíamos lo que hacían los de la aldea con los perros sarnosos y vagabundos. Bernardino se paró en seco, y "Chu" empezó a aullar, tristemente. Pero sus aullidos no llegaban a "Los Lúpulos". Habían elegido un buen lugar.
Bernardino
El abuelo nos dijo: -- Es que la madre de Bernardino no es la misma madre de sus hermanas. Él nació del segundo matrimonio de su padre, muchos años después
Cajas de Cartón
Papá estacionó el caro enfrente a la choza y dejó andando el motor. <<Listo>>, gritó. Sin decir palabra, Roberto y yo comenzamos a acarrear las cajas de cartón. el carro. Roberto cargó las dos más grandes y yo las más chicas. Papá luego cargó el colchón ancho sobre la capota del carro y lo amarró, con lazo para que no se volara con el viento en el camino.
La camisa de Margarita
Pero no era ésta la verdadera razón, sino que don Raimundo no quería ser suegro de un pobre, y así lo decía en confianza a sus amigos, uno de los cuales fue con la historia a don Honorato, que así se llamaba el tío aragonés.
Cajas de cartón
Por el camino rumbo a casa, Papá no dijo una palabra. Con las dos manos en el volante miraba fijamente hacia el camino. Roberto, mi hermano mayor, también estaba callado. Echó para atrás la cabeza y cerró los ojos. el polvo que entraba de fuera lo hacía toser repetidamente.