AP Spanish Literature stories

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Maldijo a Dios. Al hacerlo sintió el miedo infundido40 por los años y por sus padres. Por un segundo vio que se abría la tierra para tragárselo. Luego se sintió andando por la tierra bien apretada, más apretada que nunca. Entonces le entró el coraje de nuevo y se desahogó41 maldiciendo a Dios. Cuando vio a su hermanito ya no se le hacía tan enfermo. No sabía si habían comprendido sus otros hermanos lo grave que había sido su maldición. Esa noche no se durmió hasta muy tarde. Tenía una paz que nunca había sentido antes. Le parecía que se había separado de todo. Ya no le preocupaba ni su papá ni su hermano. Todo lo que esperaba era el nuevo día, la frescura de la mañana. Para cuando amaneció su padre estaba mejor. Ya iba de alivio. A su hermanito también casi se le fueron de encima los calambres. Se sorprendía cada rato por lo que había hecho la tarde anterior. Le iba a decir a su mamá pero decidió guardar el secreto. Solamente le dijo que la tierra no se comía a nadie, ni que el sol tampoco.

Titulo: ...Y no se lo tragó la tierra Autor: Tómas Rivera Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

Tú eres dama casera, resignada, sumisa, atada a los prejuicios de los hombres; yo no; que yo soy Rocinante corriendo desbocado olfateando horizontes de justicia de Dios. Tú en ti misma no mandas; a ti todos te mandan; en ti mandan tu esposo, tus padres, tus parientes, el cura, el modista, el teatro, el casino, el auto, las alhajas, el banquete, el champán, el cielo y el infierno, y el que dirán social. En mí no, que en mí manda mi solo corazón, mi solo pensamiento; quien manda en mí soy yo.

Titulo: A Julia de Burgos Autor: Julia de Burgos Estructura: Poema Siglo: XX(20)

¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, que habría que llegar hasta ti, Cazador! Primitivo y moderno, sencillo y complicado, con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy. Y domando caballos, o asesinando tigres, eres un Alejandro-Nabucodonosor. (Eres un profesor de energía, como dicen los locos de hoy.) Crees que la vida es incendio, que el progreso es erupción; en donde pones la bala el porvenir pones.

Titulo: A Roosevelt Autor: Rubén Darío Estructura: Poema Siglo: XX (20)

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo xviii, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Seria exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro.

Titulo: Borges y Yo Autor: Jorge Luis Borges Estructura: Cuento Siglo: XX(20)

"Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la piedra. Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total." "Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se ha endurecido pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los brazos."

Titulo: Chac Mool Autor: Carlos Fuentes Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

Las nueve menos cuarto de la mañana. Semáforo en rojo, un rojo inconfundible. Las nueve menos trece, hoy no llego. ¡Embotellamiento de tráfico! Doscientos mil coches junto al tuyo. Tienes la mandíbula tan tensa que entre los dientes aún está el sabor del café del desayuno. Miras al vecino. Está intolerablemente cerca. La chapa de su coche casi roza la tuya. Verde. Avanza, imbécil. ¿Que hácen? No arracan. No se mueven, los estúpidos. Están paseando, con la inmensa urgencia que tú tienes. Doscientos mil coches que salieron a pasear a la misma hora solamente para fastidiarte. ¡Rojjjjo! ¡Rojo de uuevo! No es posible. Las nueve menos diez. Hoy desde luego que no llego-o-o-o... El vecino te mira con odio. Probablemente piensa que tú tienes la culpa de no haber pasado el semáforo (cuando es obvio que los culpables son los idiotas de delante). Tienes una premonición de catastrophe y derrota. Hoy no llego. Por el espejo ves cómo se acerca un chico en una motocicleta, zigzagueando entre los coches. Su facilidad te causa indignación, su libertad te irrita. Mueves el coche unos centímetros hacia el de detrás. Das un salto, casi arrancas. De pronto ves que el semáforo sigue aún en rojo. ¿Que quieres, que salga con la luz roja, imbécil? De pronto, la luz se pone verde y los de atras pitan desesperadamente. Con todo ese ruido reaccionas, tomas el volante, al fin arrancas. Las nueve menos cinco. Unos metros más allá la calle es mucho más estrecha; sólo cabrá un coche. Miras al vecino con odio. Aceleras. Él también. Comprendes de pronto que llegar antes que el otro es el objeto principal de tu existencia. Avanzas unos centímetros. Entonces, el otro coche te pasa victorioso. Corre, corre, gritas, fingiendo gran desprecio. ¿Adónde vas, idiota?

Titulo: Como la vida misma Autor: Rosa Montero Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado de esta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía; vile con caracteres que conocí ser arábigos, y puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que diciéndole mi deseo, y poniéndole el libro en las manos le abrió por medio, y leyendo un poco en él se comenzó a reír: preguntéle que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en la margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él sin dejar la risa dijo: está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: esta Dulcinea del Toboso, tantas veces, en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha. Cuando yo oí decir Dulcinea del Toboso, quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios conteían la historia de Don Quijote. con esta imaginación le di priesa que leyese el principio; y haciéndolo así, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recibí cuando llegó a mis oídos el título del libro; y salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real, que si él tuviera discreción, y supiera que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de Don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese.

Titulo: Don Quijote Autor: Miguel de Cervantes Estructura: Obra Siglo: XVII(17)

Toda la noche y buena parte del día siguiente estuvo Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas para un discurso presidencial, vigilada de cerca por el Mulato, quien no apartaba los ojos de sus firmes piernas de caminante y sus senos virginales. Descartó las palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo uso de los conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la cuerda con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol.

Titulo: Dos Palabra Autor: Isabel Allénde Estructura: Cuento Siglo: XX(20)

Patronio, un muy gran hombre amigo mío, mucho honrado y muy poderoso, me dijo muy discretamente, hace pocos días, que por algunas cosas que le habían sucedido, que tenía pensamiento de marchar de esta tierra y nunca más volver a ella; y que por la amistad y gran confianza que en mí tenía, que me quería dejar toda su hacienda. Y pues esto quiere, paréceme muy gran honra y gran aprovechamiento para mí. Decidme vuestro parecer y aconsejadme en ello. — Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, bien entiendo que mi consejo no os será de gran utilidad, pero, pues vuestra voluntad es que os diga lo que en esto entiendo y os aconseje sobre ello, así lo haré luego. Primeramente os digo que lo que vuestro amigo os dijo, solo lo dijo por probaros; y parece que os sucedió con él como aconteció a un rey con un su privado. El conde Lucanor le rogó que le dijese cómo fuera aquello. — Señor -dijo Patrono-, había un rey que tenía un privado en quien mucho confiaba. Y porque no puede ser que los hombres que algo bueno tienen no tengan quien de ello no hayan envidia, por las bondades de aquel privado otros privados muy gran envidia le tenían y se afanaban en enemistarle con el rey, su señor. Por más que lo intentaron, nunca lograron que el rey recelara de su privado ni del servicio que le prestaba.

Titulo: El Conde Lucanor Autor: Don Juan Manuel Estructura: Cuento Siglo: XIV (14)

Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación. La naturaleza plenamente abierta, se siente satisfecha de sí. Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la naturaleza. —Ten cuidado, chiquito —dice a su hijo; abreviando en esa frase todas las observaciones del caso y que su hijo comprende perfectamente. —Si, papá —responde la criatura mientras coge la escopeta y carga de cartuchos los bolsillos de su camisa, que cierra con cuidado. —Vuelve a la hora de almorzar —observa aún el padre. —Sí, papá —repite el chico. Equilibra la escopeta en la mano, sonríe a su padre, lo besa en la cabeza y parte. Su padre lo sigue un rato con los ojos y vuelve a su quehacer de ese día, feliz con la alegría de su pequeño. Sabe que su hijo es educado desde su más tierna infancia en el hábito y la precaución del peligro, puede manejar un fusil y cazar no importa qué. Aunque es muy alto para su edad, no tiene sino trece años. Y parecía tener menos, a juzgar por la pureza de sus ojos azules, frescos aún de sorpresa infantil. No necesita el padre levantar los ojos de su quehacer para seguir con la mente la marcha de su hijo.

Titulo: El Hijo Autor: Horacio Quiroga Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderlo ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un buen pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquel era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró: - Tiene cara de llamarse Esteban.

Titulo: El ahogado mas hermoso del mundo Autor: Gabriel García Márquez Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

JUAN: Fingí ser el duque Octavio. PEDRO: No digas más. ¡Calla! ¡Baste! Perdido soy si el rey sabe este caso. ¿Qué he de hacer? Industria me ha de valer en un negocio tan grave. Di, vil, ¿no bastó emprender con ira y fiereza extraña tan gran traición en España con otra noble mujer, sino en Nápoles también, y en el palacio real con mujer tan principal? ¡Castíguete el cielo, amén! Tu padre desde Castilla a Nápoles te envió, y en sus márgenes te dio tierra la espumosa orilla del mar de Italia, atendiendo que el haberte recibido pagaras agradecido, y estás su honor ofendiendo. ¡Y en tan principal mujer! Pero en aquesta ocasión nos daña la dilación. Mira qué quieres hacer. fiereza: crueldad de ánimo dilación: tardanza JUAN: No quiero daros disculpa, que la habré de dar siniestra, mi sangre es, señor, la vuestra; sacadla, y pague la culpa A esos pies estoy rendido, y ésta es mi espada, señor.

Titulo: El burlador de Sevilla Autor: Tirso del Molina Estructura: Obra Siglo: XVII (17)

ACTOR 3.- (Entra.) En fin, que cuando, después de dos años sin verlo, le preguntamos a su mujer.- "¿Cómo está?", nos contestó... ACTRIZ.- No sé. ACTOR 2.- ¿Está bien? ACTRIZ.- No sé. ACTOR 3.- ¿Está mal? ACTRIZ.- No sé. ACTORES 2 y 3 .- ¿Dónde está? ACTRIZ.- En la perrera. ACTOR 3.- Y cuando veníamos para acá, pasó al lado nuestro un boxeador... ACTOR 2.- Y nos dijeron que no sabía leer, pero que eso no importaba porque era boxeador. ACTOR 3.- Y pasó un conscripto... ACTRIZ.- Y pasó un policía... ACTOR 2.- Y pasaron..., y pasaron..., y pasaron ustedes. Y pensamos que tal vez podría importarles la historia de nuestro amigo... ACTRIZ.- Porque tal vez entre ustedes haya ahora una mujer que piense.- "¿No tendré..., no tendré...?" (Musita: "perro") ACTOR 3.- O alguien a quien le hayan ofrecido el empleo del perro del sereno... ACTRIZ.- Si no es así, nos alegramos. ACTOR 2.- Pero si es así, si entre ustedes hay alguno a quien quieran convertir en perro, como a nuestro amigo, entonces... Pero, bueno, entonces esa..., ¡esa es otra historia!

Titulo: El hombre que se convirtío en perro Autor: Osvaldo Dragún Estructura: Obra Siglo: XX (20)

Ahora volvía a ganarlo de sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, yen su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco. Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en camino el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, lo envolvía un oscuridad absoluta. Quiso enderezares y sintió las sofas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el suelo, un un piso de lajas helado y húmedo. el frío le ganaba le espalda desnuda, las piernas.

Titulo: La noche boca arriba Autor: Julio Cortazar Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.

Titulo: El sur Autor: Jorge Luis Borges Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

Huracán, huracán, venir te siento, Y en tu soplo abrasado Respiro entusiasmado Del Señor de los aires el aliento. En las alas del viento suspendido Vedle rodar por el espacio inmenso, Silencioso, tremendo, irresistible En su curso veloz. La tierra en calma Siniestra; misteriosa, Contempla con pavor su faz terrible. ¿Al toro no miráis? El suelo escarban, De insoportable ardor sus pies heridos: La frente poderosa levantando, Y en la hinchada nariz fuego aspirando, Llama la tempestad con sus bramidos. ¡Qué nubes! ¡qué furor! El sol temblando Vela en triste vapor su faz gloriosa, Y su disco nublado sólo vierte Luz fúnebre y sombría, Que no es noche ni día... ¡Pavoroso calor, velo de muerte! Los pajarillos tiemblan y se esconden Al acercarse el huracán bramando, Y en los lejanos montes retumbando Le oyen los bosques, y a su voz responden.

Titulo: En una tempestad Autor: José María Heredia Estructura: Poema Siglo: XIX (19)

He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares, y atracado en cien riberas. En todas partes he visto caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra, y pedantones al paño que miran, callan, y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas. Mala gente que camina y va apestando la tierra...

Titulo: He andado muchos caminos Autor: Antonio Machado Estructura: Poema Siglo: XIX (19)

Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia y luego con gravedad decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco al niño que pone el coco y luego le tiene miedo. Queréis con presunción necia hallar a la que buscáis, para pretendida, Tais, y en la posesión, Lucrecia.

Titulo: Hombres necios que acuasáis Autor: Sor Juana de Inéz Estructura: Poema Siglo: XVI (16)

Sombras que sólo yo veo, me escoltan mis dos abuelos. Lanza con punta de hueso, tambor de cuero y madera: mi abuelo negro. Gorguera en el cuello ancho, gris armadura guerrera: mi abuelo blanco. Pie desnudo, torso pétreo los de mi negro; pupilas de vidrio antártico las de mi blanco. África de selvas húmedas y de gordos gongos sordos... —¡Me muero! (Dice mi abuelo negro). Aguaprieta de caimanes, verdes mañanas de cocos... —¡Me canso! (Dice mi abuelo blanco). Oh velas de amargo viento, galeón ardiendo en oro... —¡Me muero! (Dice mi abuelo negro.) ¡Oh costas de cuello virgen engañadas de abalorios...! —¡Me canso! (Dice mi abuelo blanco.) ¡Oh puro sol repujado, preso en el aro del trópico; oh luna redonda y limpia sobre el sueño de los monos!

Titulo: La Balada de los dos abuelos Autor: Nícolás Guillén Estructura: Poema Siglo: XX (20)

Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar. La noche, no puedo recordarla. Ni el mismo océano podría recordarla. Pero no olvido el primer alcatraz que divisé. Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales. Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral Me dejaron aquí y aquí he vivido. Y porque trabajé como una bestia, aquí volví a nacer. A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir. Me rebelé. Su Merced me compró en una plaza. Bordé la casaca de su Merced y un hijo macho le parí. Mi hijo no tuvo nombre. Y su Merced murió a manos de un impecable lord inglés.

Titulo: La Mujer Negra Autor: Nancy Morejón Estructura: Poema Siglo: XX (20)

—¿Qué se le ofrece? —preguntó. —Las llaves del cementerio —dijo la mujer. La niña estaba sentada con las flores en el regazo y los pies cruzados bajo el escaño. El sacerdote la miró, después miró a la mujer y después, a través de la red metálica de la ventana, el cielo brillante y sin nubes. —Con este calor —dijo—. Han podido esperar a que bajara el sol. La mujer movió la cabeza en silencio. El sacerdote pasó del otro lado de la baranda, extrajo del armario un cuaderno forrado de hule, un plumero de palo y un tintero, y se sentó a la mesa. El pelo que le faltaba en la cabeza le sobraba en las manos. —¿Qué tumba van a visitar? —preguntó. —La de Carlos Centeno —dijo la mujer. —¿Quién? —Carlos Centeno —repitió la mujer. El padre siguió sin entender. —Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada —dijo la mujer en el mismo tono—. Yo soy su madre.

Titulo: La Siesta del Martes Autor: Gabriel García Márquez Estructura: Cuento Siglo: XX(20)

Bernarda: ¿Está hecha la limonada? La Poncia: (Sale con una gran bandeja llena de jarritas blancas, que distribuye.) Sí, Bernarda. Bernarda: Dale a los hombres. La Poncia: Ya están tomando en el patio. Bernarda: Que salgan por donde han entrado. No quiero que pasen por aquí. Muchacha: (A Angustias) Pepe el Romano estaba con los hombres del duelo. Angustias: Allí estaba. Bernarda: Estaba su madre. Ella ha visto a su madre. A Pepe no lo ha visto ni ella ni yo. Muchacha: Me pareció... Bernarda: Quien sí estaba era el viudo de Darajalí. Muy cerca de tu tía. A ése lo vimos todas. Mujer 2: (Aparte y en baja voz) ¡Mala, más que mala! Mujer 3: (Aparte y en baja voz) ¡Lengua de cuchillo!

Titulo: La casa de Bernada Alba Autor: Federico García Lorca Estructura: Obra Siglo: XX (20)

Cuando la rapaza entró, cargada con el haz de leña que acababa de merodear en el monte del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, de uña córnea color de ámbar oscuro, porque la había tostado el fuego de las apuradas colillas. Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda "de las señoritas" y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él. Después, con lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas patatas mal troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosecha anterior, sin remojar. Al cabo de estas operaciones, tenía el tío Clodio liado su cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente, haciendo en los carrillos dos hoyos como sumideros, grises, entre lo azuloso de la descuidada barba.

Titulo: Las medias rojas Autor: Emilia Pardo Bazán Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

Otro día después que a esta ciudad llegué me partí, y a media legua andada, entré por una calzada que va por medio de esta dicha laguna, dos leguas hasta llegar a la gran ciudad de Temixtitan que está fundada en medio de la dicha laguna, la cual calzada es tan ancha como dos lanzas, y muy bien obrada58 que pueden ir por toda ella ocho de caballo a la par,59 y en estas dos leguas de la una parte y de la otra de la dicha calzada están tres ciudades y la una de ellas que se dice Misicalcingo, está fundada la mayor parte de ella dentro de la dicha laguna, y las otras dos, que se llaman la una Niciaca y la otra Huchilohuchico, están en la costa de ella, y muchas cosas de ellas dentro en el agua. La primera ciudad de éstas tendrá hasta tres mil vecinos, y la segunda más de seis mil y la tercera otros cuatro o cinco mil vecinos, y en todas muy buenos edificios de casas y torres, en especial las casas de los señores y personas principales, y las de sus mezquitas60 y oratorios61 donde ellos tienen sus ídolos.

Titulo: Las segunda carta de relación Autor: Hernán Cortéz Estructura: Cartas Narrativas Siglo: XVI (16)

Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera más rico si su poder y deseo se conformaran. Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso por muy extenso, parecióme no tomalle por el medio, sino por el principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuanto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto.

Titulo: Lazarillo de Tormes Autor: Anonimo Estructura: Novela Piscaresca Siglo: XVI(16)

Era blanco. Blanco como el olvido. Era libre. Libre como la alegrÌa. Era la ilusiÛn, la libertad y la emociÛn. Poblaba y dominaba las serranÌas y las llanuras de las cercanÌas. Era un caballo blanco que llenÛ mi juventud de fantasÌa y poesÌa. Alrededor de las fogatas del campo y en las resolanas del pueblo los vaqueros de esas tierras hablaban de Èl con entusiasmo y admiraciÛn. Y la mirada se volvÌa turbia y borrosa de ensueÒo. La animada charla se apagaba. Todos atentos a la visiÛn evocada. Mito del reino animal. Poema del mundo viril. Blanco y arcano. Paseaba su harÈn por el bosque de verano en regocijo imperial. El invierno decretaba el llano y la ladera para sus hembras. Veraneaba como rey de oriente en su jardÌn silvestre. Invernaba como guerrero ilustre que celebra la victoria ganada. Era leyenda. Eran sin fin las historias que se contaban del caballo brujo. Unas verdad, otras invenciÛn. Tantas trampas, tantas redes, tantas expediciones. Todas venidas a menos. El caballo siempre se escapaba, siempre se burlaba, siempre se alzaba por encima del dominio de los hombres. °Cu·nto valedor no jurÛ ponerle su j·quima y su marca para confesar despuÈs que el brujo habÌa sido m·s hombre que Èl!

Titulo: Mi caballo mago Autor: Sabine Ulibarrí Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.2 —No se ve nada. —Ya debemos estar cerca. —Sí, pero no se oye nada. —Mira bien. —No se ve nada. —Pobre de ti,° Ignacio. La sombra° larga y negra de los hombres siguió° moviéndose de arriba abajo,° trepándose° a las piedras, disminuyendo y creciendo según° avanzaba por la orilla° del arroyo.° Era una sola sombra, tambaleante.° La luna venía saliendo° de la tierra, como una llamarada° redonda. —Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera,3 fíjate° a ver si no oyes ladrar° los perros. Acuérdate° que nos dijeron que Tonaya estaba destrasito° del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.

Titulo: No oyes ladrar los perros Autor: Juan Rulfo Estructura: Cuento Siglo: XX (20)

¿Ni en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.

Titulo: Nuestra America Autor: José Martí Estructura: Ensayo Siglo: XIX (19)

Tú me dijiste: no lloró mi padre; tú me dijiste: no lloró mi abuelo; no han llorado los hombres de mi raza, eran de acero. Así diciendo te brotó una lágrima y me cayó en la boca... más veneno. Yo no he bebido nunca en otro vaso así pequeño. Débil mujer, pobre mujer que entiende dolor de siglos conocí al beberlo: ¡Oh, el alma mía soportar no puede todo su peso!

Titulo: Peso Ancestral Autor: Alfonsina Storni Estructura: Poema Siglo: XX (20)

-Antonio, ¿quién eres tú? Si te llamaras Camborio, hubieras hecho una fuente de sangre con cinco chorros. Ni tú eres hijo de nadie, ni legítimo Camborio. ¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos! Están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo. A las nueve de la noche lo llevan al calabozo, mientras los guardias civiles beben limonada todos. Y a las nueve de la noche le cierran el calabozo, mientras el cielo reluce como la grupa de un potro.

Titulo: Prendimento de Antoñito de Camborio Autor: Federico Garcia Lorca Estructura: Poema Siglo: XX (20)

Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres... ¡esas... no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. Pero aquellas, cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día... ¡esas... no volverán!

Titulo: Rima LIII Autor: Gustavo Adolfo Béquer Estructura: Poema Siglo: XIX(19)

Paseábase el rey moro — por la ciudad de Granada desde la puerta de Elvira — hasta la de Vivarrambla. —¡Ay de mi Alhama!— Cartas le fueron venidas — que Alhama era ganada. Las cartas echó en el fuego — y al mensajero matara, —¡Ay de mi Alhama!— Descabalga de una mula, — y en un caballo cabalga; por el Zacatín arriba — subido se había al Alhambra. —¡Ay de mi Alhama!— Como en el Alhambra estuvo, — al mismo punto mandaba que se toquen sus trompetas, — sus añafiles de plata. —¡Ay de mi Alhama!— Y que las cajas de guerra — apriesa toquen el arma, porque lo oigan sus moros, — los de la vega y Granada. —¡Ay de mi Alhama!—

Titulo: Romance de la Péridad de Alhama Autor: Anónimo Estructura: Poema Siglo: XV (15)

Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía. Salíme al campo; vi que el sol bebía los arroyos del yelo desatados, y del monte quejosos los ganados, que con sombras hurtó su luz al día. Entré en mi casa; vi que, amancillada, de anciana habitación era despojos; mi báculo, más corvo y menos fuerte. Vencida de la edad sentí mi espada, y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.

Titulo: Salmo XVII Autor: Franciso de Quevedo Estructura: Poema Siglo: XVII (17)

Y sin embargo, el análisis de El Santo ha determinado la exégesis de San Manuel Bueno, mártir. Aquí, el comentario de Croce acerca del fundamental carácter autobiográfico de la obra italiana — "un documento del alma de Fogazzaro", dijo, "tal vez como sustancialmente fue siempre"— ha sido determinante para la crítica, que ha buscado también la dimensión vital de la obra de Unamuno. Así planteada la lectura, no deja de llevar a mixtificaciones. ¿Cómo una obra cuyos escenarios y planteamientos suponen una mínima metamorfosis de la novela italiana puede considerarse a pesar de todo biográfica? García de la Concha dice: "la clave de esta peculiar paradoja es que todo cuanto Unamuno toca, lo asimila y lo transforma en carne de su espíritu".4 Quizá no hay tal paradoja. La concreción escenográfica del relato puede ser prestada. A fin de cuentas, es más bien irrelevante. Los personajes son unamunianos y brotan de su cosmos literario. Sin embargo, nada más lejos de la obra que esta condición de autobiografía en el sentido trivial. Unamuno ha elaborado aquí de forma literaria un material que, en cierto sentido, no tiene nada de biográfico. Lo que en este relato se expresa es un deseo mucho más radical. Tan imposible de realizar en la vida que no puede expresarse sino por la vía de la literatura. Ese deseo es tan contradictorio con mucho de lo que había escrito, vivido, hablado y vociferado Unamuno, que no puede ser entendido sino como una rectificación imposible, a-biográfica. Ahí, en la visión extática de que las cosas espirituales sean como eran al principio, en ese deseo de la reversibilidad del tiempo y de la historia, se debe identificar el material narrativo de este texto y la clave de la imposibilidad biográfica. Un sueño en el que Unamuno se reencontró con su tema inicial, y en el que supo crear el personaje que él no pudo ser, que él ya no podía ser. El deseo profundo que se deja ver en San Manuel Bueno, mártir es tan profundo, tan característico, que sólo puede ser entendido como un arrepentimiento.

Titulo: San Manuel Bueno de Martí Autor: Miguel de Unamuno Estructura: Novela Siglo: XX (20)

Mientras por competir con tu cabello Oro bruñido al sol relumbra en vano, Mientras con menosprecio en medio el llano Mira tu blanca frente al lilio bello; Mientras a cada labio, por cogello, Siguen más ojos que al clavel temprano, Y mientras triunfa con desdén lozano Del luciente cristal tu gentil cuello, Goza cuello, cabello, labio y frente, Antes que lo que fue en tu edad dorada Oro, lilio, clavel, cristal luciente, No sólo en plata o vïola troncada Se vuelva, más tú y ello juntamente En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Titulo: Soneto CLXVI Autor: Luis de Bóngora Estructura: Poema Siglo: XVI-XVII (16-17)

En tanto que de rosa y de azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena; y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre.

Titulo: Soneto XXIII Autor: Garcilaso de Vega Estructura: Poema Siglo: XIV (14)

Sucede que me canso de ser hombre. Sucede que entro en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro Navegando en un agua de origen y ceniza. El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. Sólo quiero un descanso de piedras o de lana, sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. Sucede que me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y mi sombra. Sucede que me canso de ser hombre. Sin embargo sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado o dar muerte a una monja con un golpe de oreja. Sería bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir de frío No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño, hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra, absorbiendo y pensando, comiendo cada día. No quiero para mí tantas desgracias. No quiero continuar de raíz y de tumba, de subterráneo solo, de bodega con muertos ateridos, muriéndome de pena. Por eso el día lunes arde como el petróleo cuando me ve llegar con mi cara de cárcel, y aúlla en su transcurso como una rueda herida, y da pasos de sangre caliente hacia la noche. Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, a hospitales donde los huesos salen por la ventana, a ciertas zapaterías con olor a vinagre, a calles espantosas como grietas. Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio, hay dentaduras olvidadas en una cafetera, hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos. Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido, paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia, y patios donde hay ropas colgadas de un alambre: calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias.

Titulo: Walking Around Autor: Pablo Neruda Estructura: Poema Siglo: XX(20)


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